Thursday, September 28, 2006

Los platos rotos

Sara Sefchovich

28 de septiembre de 2006

Con estos ojos míos de ciudadana, observé a un señor que llegó con su automóvil y lo estacionó en una calle de la colonia Condesa, del Distrito Federal, se bajó y entró a una papelería. En ese mismo momento, como si estuviera acechando, salió de la nada una grúa que se llevó el vehículo.

Minutos después, se produjo la escena: un propietario sorprendido al que un vecino le informa lo que sucedió, que no entiende la acción de los policías dado que se trataba de una zona residencial y por ningún lado había letrero que prohibiera estacionarse.

Le ofrecí ayuda. Empezamos por buscar a alguna persona que nos dijera dónde podía estar el vehículo. No lo encontramos.

Nos lanzamos entonces al vía crucis de recorrer los corralones de la capital. En todos la cola para rescatar autos era larguísima y a cada uno de los que se presentaban le decían que "infringió las disposiciones del reglamento" y que debía pagar la infracción y los derechos (¿?).

La cuenta del señor que menciono, cuando por fin dimos con su austero auto de 10 años de edad, fue de 500 pesos.

Algo está raro allí donde un día cualquiera de la semana, a media mañana, tantos automovilistas cometen infracciones que ameritan arrastre por parte de la grúa.

Cuando llegué a mi oficina, una compañera salía corriendo a la Tesorería , porque le habían llegado requerimientos por no pagar varios bimestres de agua, que ella juraba ya haber cubierto pero las computadoras decían no tener registrado.

La acompañé y también allí había muchísimas personas esperando en largas colas para demostrar que ya habían pagado lo que se les estaba cobrando, aunque bastantes tenían que pagar otra vez cuando no llevaban el recibo.

Algo está raro allí donde tanta gente resulta deber un dinero que ya pagó. ¿Será posible que las computadoras se equivoquen tanto?

A decir verdad, todos sabemos que las cosas no son exactamente de ese modo, ni hay tantos infractores ni tantos deudores. Entonces no queda otra que pensar que estamos pagando los platos rotos de las decisiones políticas de nuestros gobernantes.

Resulta que año con año se asignan los presupuestos para las delegaciones políticas, destinados a cubrir una serie de rubros como pago de sueldos, mantenimiento de servicios y nuevas obras. Pero en el que está corriendo, a ese dinero se le agregaron las participaciones extraordinarias que dio la Federación por los excedentes recibidos por el alto precio del petróleo.

Éstas se repartieron de acuerdo con la cantidad de población y fueron bastante generosas, por ejemplo, Iztapalapa recibió unos mil millones de pesos y Coyoacán unos 800 millones (la asignación original para esta última fue de cerca de mil 150 millones, es decir, que casi duplicó su presupuesto).

Ahora bien: si usted voltea a su alrededor, no entiende en qué se usó ese dinero, porque definitivamente no fue para pavimentar las calles ni tapar los baches que abundan en la ciudad, ni para limpiar y reforestar los parques donde juegan nuestros hijos y que son verdaderas inmundicias, ni para poner focos que iluminen y topes que hagan más segura la vida a los peatones, ni para desazolvar coladeras y resolver en serio el problema del drenaje de forma tal que se eviten las inundaciones brutales que hemos tenido, ni para arreglar el transporte público que es una porquería, los camiones sucios y cayéndose a pedazos, ni para poner más patrullas que vigilen la seguridad, ni para que los trámites de cualquier cosa sean más expeditos y menos corruptos, ni para que el agua salga más limpia (o de plano salga) o para que haya suficientes camiones de basura.

Entonces, ¿para qué se usó el dinero? No puede haber otra respuesta que la que todos vimos: se usó para campañas políticas, plantones y eventos similares, y para publicidad del gobierno capitalino diciendo lo bien y lo mucho que hace, desde las planas enteras en los periódicos del jefe de Gobierno hasta el libro a todo color y en papel de primera del delegado Bortolini.

Y allí mismo radica la explicación de esa necesidad desesperada de conseguir más y de sacarlo de donde se pueda. Por eso las grúas andan desatadas y las delegaciones están ahorrando dineros que debían haber gastado, pues para eso se los dan, para usarlo, no para guardarlo.

Pero seguramente les urge disponer de recursos no para arreglar la ciudad, sino para apoyar decisiones políticas, como ésa con la que ahora nos amenazan de que algunos delegados pueden decidir no reconocer al próximo presidente de la República. ¿Podremos entonces los ciudadanos decidir tampoco reconocerlos a ellos y no pagar impuestos?

sara.sefchovich@asu.edu

Escritora e investigadora en la UNAM

1 Comments:

At 9:26 PM , Blogger Amiguiz said...

¿Será posible que las computadoras se equivoquen tanto?

Pues nomás ver el chistecito que resultó lo del PREP.

A tu blog deberías agregarle fotos, porque Marcelo es un hombre guapísimo.

 

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