Crímenes de ineptitud
Por Jesús Silva-Herzog Márquez
Las imágenes y las cintas lo exhiben todo. La indignación tiene ahí mil platos para hartarse. Una estampa de aquellos minutos de muerte es especialmente reveladora. Una puerta diminuta, cuerpos aplastados que se esfuerzan por salir. Hay cabezas que se elevan del resto sobrevolando hombros y brazos; manos que buscan aire. Al mismo tiempo, una pelota de policías impide con todas sus fuerzas la salida de la gente. Tiene la encomienda de no permitir la salida de nadie. Los policías están matando muchachos y compañeros. Detrás de una cortina de oficiales, uno más refuerza la muralla. Con los brazos extendidos y las piernas tensas le da el último apoyo al tapón criminal. No hay asomo de orden. Dos torrentes humanos se oponen hasta disolver el espacio, el aire y la vida. Dos aglomeraciones caóticas que chocan. Una exhibe la perturbación esperable en un conglomerado de individuos que son aplastados como la crema de una pasta de dientes y que siente la angustia del oxígeno ausente. El otro caos es promovido por las fuerzas oficiales. Los policías que taponan la salida no tienen formación alguna: ni adiestramiento ni línea de mando: se amontonan para bloquear físicamente una salida. La ineptitud aplasta y mata.
Minutos breves que son apenas un capítulo de la tragedia. Después del nudo homicida, la cruel inacción. También hemos podido ver otras escenas terribles. Cuerpos tendidos que no encuentran atención de nadie. Vidas que se desvanecen ante la mirada atónita de los guardias. Muchachos que agonizan, mientras los policías observan pasmados lo que sucede. Su contacto con el mundo es el teléfono. No tienen la menor idea de qué hacer. Apenas algún oficial se acerca a brindar apoyo. El resto se muestra inmóvil y espantado. Y luego, los abusos policiacos, las vejaciones, las llamadas intimidatorias.
La lista de las aberraciones parece interminable. Me concentro en dos: la concepción del operativo y la ineptitud elevada a conducta criminal. El "operativo" en el News Divine no fue una acción suelta, decidida por funcionarios menores de un barrio de la Ciudad de México. Formaba parte de una estrategia del gobierno de la capital para combatir la delincuencia, definida desde lo más alto de la administración. El comunicado 495/08 de la Secretaría de Seguridad Pública del gobierno capitalino avisaba que realizaría operativos en Gustavo A. Madero contra diversos giros negros para verificar su condición legal. La estrategia tenía nombre: "Operativo de Supervisión de Antros" y se lucía como exitosa. Más de 50 establecimientos cerrados le daban medalla a un gobierno que pretende dar imagen de energía y determinación contra la delincuencia. El jefe de la policía ostentaba lo que, a su entender, habían sido los buenos resultados de la supervisión. Pero la misma concepción de los operativos es perversa e inaceptable.
Reinsertar en la legalidad a los establecimientos de la ciudad debe ser un compromiso de las autoridades. Su deber ineludible es castigar a quien viola reglamentos, a quien vende sustancias ilegales, a quien permite la entrada de menores a sitios restringidos. Tienen también la responsabilidad de asegurar que todo centro de reunión cuente con salidas de emergencia, que haya ventilación y se cumpla con el resto de las normas aplicables. La estrategia gubernamental, sin embargo, no parece pensada para instaurar legalidad, sino para hacer una ostentación política y mediática y es reforzada con corrupción. Los operativos, más que eficaces, son visibles. Si se busca sancionar a los responsables de un bar ilegal, bien pueden hacerse verificaciones de las cuales se desprendan multas o clausuras. Pero los operativos no tienen ese propósito: su intención es aprehender a la clientela para que la actuación sea registrada por la opinión pública. La captura es un espectáculo intimidatorio y, sobre todo, redituable: una jugosa oportunidad para la extorsión. Los clientes de un establecimiento ilegal no son delincuentes por el hecho de estar ahí y, sin embargo, son tratados como tales.
Escribo este artículo en un restorán de la Ciudad de México y de pronto, me siento profundamente inseguro. No sé si el lugar tenga salidas de emergencia. En frente de mí hay un muchacho que está tomando una cerveza. ¿Habrá cumplido ya los 18 años? ¿Le habrá pedido el mesero su credencial de elector? No lo sé. Nada me asegura que el restorán tenga todos sus permisos en orden. La sola sospecha de ilegalidad convierte este sitio en un territorio en espera de la intervención arbitraria y absurda del Estado. Sé que, para restablecer la legalidad (o simplemente para verificar su legalidad), el gobierno capitalino podría ordenar en estos momentos un nuevo operativo en este restorán. Si todo sale de acuerdo con el libreto, iré a parar al tambo y estaré ahí durante horas. Seré apresado por los oficiales de la Secretaría de Seguridad Pública y seré obligado a testificar, recibiendo continuas insinuaciones para ser liberado del fastidio. Si las cosas salen de control, mi tarde puede ser mucho peor. La estrategia de supervisión diseñada por el gobierno capitalino se sostiene en el atropello, conduce a la corrupción y al abuso. Cuando se agrega ineptitud al dislate se obtiene tragedia.
La criminalidad del Estado puede provenir del despotismo o la ineptitud. El Estado puede matar con la malevolencia del autócrata o la torpeza del idiota. A los crímenes de la intolerancia habrá que sumar los crímenes de impericia. El gobierno de la Ciudad de México provocó la muerte de muchachos y oficiales con su atroz incompetencia. Ejercer el poder, ser titular de la responsabilidad de gobierno, no implica simplemente contar con la fuerza y la legitimidad para imponer la ley, supone también la capacidad para hacerlo prudente, inteligentemente. Hace 40 años jóvenes mexicanos fueron acribillados por la intolerancia de un gobierno autocrático; hoy han sido asesinados por la ineptitud de un gobierno democrático.
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Labels: Asesinatos, News Divine
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