La ciudad de Marcelo
Ezra Shabot
Marcelo Ebrard no tiene otra alternativa más que la de desmarcarse de sus mentores, e iniciar una nueva estrategia política basada en un liderazgo propio
Ezra Shabot
Marcelo Ebrard no tiene otra alternativa más que la de desmarcarse de sus mentores, e iniciar una nueva estrategia política basada en un liderazgo propio
Durante todo el sexenio pasado, la Ciudad de México se convirtió en un trampolín desde el cual el entonces jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador diseñó su estrategia para llegar a la Presidencia de la República. Si Vicente Fox actuó como candidato y no como Presidente durante los seis años, AMLO no hizo otra cosa que montarse en el escenario mediático para desde ahí intentar ganar las elecciones. De hecho esta estrategia es totalmente legítima como mecanismo de ascenso de un político que, al hacer bien su trabajo, consigue mejores posiciones como consecuencia de ello. El problema se presenta cuando aquello que se expuso como logro, no fue más que un falso andamiaje sin asidero alguno.
Y es que la ciudad que recibe Marcelo Ebrard es producto de seis años de ocurrencias, improvisaciones y un círculo de corrupción impuesto como mecanismo de recaudación de fondos para la campaña presidencial. Sus dos obras monumentales: el segundo piso del periférico y el Metrobús, terminaron no sólo como obras inconclusas, sino también plagadas de las insuficiencias propias de una entrega apurada y de la utilización de materiales de pésima calidad, lo que exige la realización inmediata de una auditoría por parte de los órganos responsables de la fiscalización de los recursos públicos, para deslindar responsabilidades y llevar ante la justicia a los beneficiarios de este fraude.
Lo mismo sucedió con el resto de obras de relumbrón en el Paseo de la Reforma, en donde la falta de transparencia financiera que caracterizó la administración de López Obrador, impidió acceder a la información sobre pagos de esculturas, jardinería y otras obras que beneficiaron a los amigos y financieros de la campaña y posteriormente de los plantones del candidato derrotado. Y esto, sin entrar en la estructura de "subsidios" permanentes a los aparatos corporativos perredistas, que reprodujeron con creces la vieja estructura priista de control político por la vía de dádivas y apoyos condicionados a los beneficiarios de programas sociales.
Es claro que Marcelo Ebrard no estará dispuesto a sustentar su poder a través de la denuncia de los excesos de una administración de la cual formó parte y que de hecho lo llevó a ganar los comicios del pasado mes de julio. Pero seguir en la misma tónica de su antecesor o continuar reproduciendo el esquema que él mismo aprendió durante su actuación como secretario de Gobierno del entonces regente Manuel Camacho, sólo redundará en otra mediocre gestión que reduzca aún más la calidad de vida de los capitalinos, en beneficio de grupos de presión ilegítimos.
Sin embargo, de mantenerse esta estrategia, la vida política de Ebrard podría consumirse a partir de un desgaste permanente ocasionado por la lucha entre su liderazgo personal y las demandas de las tribus perredistas que lo siguen considerando un elemento extraño al grupo, y por lo tanto carente de la confianza necesaria como para integrarlo a la comunidad. En este sentido el jefe de Gobierno capitalino no tiene otra alternativa que la de crear una estructura de poder, capaz de subordinar al resto del aparato a su propia iniciativa. Es decir, no más tribus ni grupos de presión corporativos con la suficiente fuerza como para chantajearlo una y otra vez.
Marcelo Ebrard requiere un corte radical del cordón umbilical que lo separe de López Obrador y Manuel Camacho, y le permita dirigirse a las tribus perredistas como el jefe de Gobierno sin padrinos ni cuotas que pagar. De no tener las agallas para llevar a cabo este tipo de proyecto político, Ebrard seguirá siendo el vocero de un candidato derrotado y la sombra de otro político fracasado. Más allá de si el jefe de Gobierno reconoce a Felipe Calderón como Presidente, lo que sí es cierto es el hecho de que Marcelo Ebrard está hoy ante la disyuntiva de aceptar la realidad política y decidirse a actuar sobre ella, o mantenerse como un administrador sometido a las frustraciones de un pasado que no le corresponde más.
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Fecha de publicación: 12-Ene-2007
Labels: Andrés Manuel López Obrador, Corrupción, Deslinde
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