Ebrard y el crimen
Rafael Ruiz Harrell
En poco menos de un mes, Marcelo Ebrard tomará posesión como jefe de gobierno del Distrito Federal. Cuando lo haga encontrará una situación caótica y lamentable en materia de seguridad pública. Por un lado descubrirá instituciones ineficaces, corruptas, atrasadas y con los engranes trabados y, por el otro, una delincuencia que supera sobradamente a la de cualquier otra época que haya vivido la ciudad.
En más de un sentido, la situación es hija de las cegueras y ambiciones del propio Ebrard. Cuando fue secretario de Seguridad Pública del DF, en lugar de reforzar el carácter preventivo de la policía, acercándola a la gente y creando los puentes que le permitieran actuar en asociación con la comunidad, encandilado por el oropel de Giuliani, intentó hacer de ella un cuerpo que investigara y persiguiera delincuentes. Por si no fuera suficiente, la transformó en un instrumento al servicio de su carrera política, no de protección a la ciudadanía.
La convicción de que todo robo era un robo, con independencia del valor de lo robado, llevó a Ebrard a cometer el error de promover un cambio de ley que permitiera encarcelar a los ladrones muy menores. El resultado es que del 31 diciembre de 2002 al último 12 de noviembre, el número de reos creció 59.8 por ciento al pasar de 20 mil 673 a 33 mil 027. Una de las consecuencias es que las cárceles de la ciudad están a punto de estallar en motines sangrientos. Otra es que la preparación delictiva de nuestros criminales es mejor cada vez: en los ocho meses en promedio que pasan en prisión, muchos logran aprender lo que no sabían y establecer contactos que los alientan a cometer crímenes mayores.
LA DELINCUENCIA
En lo que toca a la criminalidad, se sabe que a lo largo del 2005 se cometieron en el DF cuando menos 2 millones 22 mil 500 crímenes. De ellos alrededor de un millón 750 mil fueron robos; 200 mil casos de lesiones dolosas, 42 mil 500 secuestros exprés y el resto otros delitos. Es decir, la población capitalina padeció más o menos 4 mil 700 robos y asaltos por día. En total los delitos ascendieron a 5 mil 540 delitos, también en promedio diario.
La Procuraduría de la ciudad reconoció sólo 153 mil 997 en 2005 y este año, aunque todo indica que la criminalidad estuvo de nuevo al alza, afirman que apenas si pasarán de 147 mil. Que la Procuraduría registre un delito por cada trece que se cometen alienta y justifica la desconfianza que la población siente hacia ella.
Debe registrarse, por otra parte, que la delincuencia no afecta a todos por igual. Por cada cien delitos hay sólo 71 víctimas. De ellas 47 son tocadas por el crimen una sola vez. Los 53 crímenes restantes los sufren 24 personas que, en promedio, son víctimas de la delincuencia 2.2 veces por año. Aunque éstas últimas son atacadas casi siempre por los mismos delincuentes y se trata, en su gran mayoría, de delincuentes habituales, no hay, ni siquiera como sueño de anteproyecto, un solo programa para auxiliar a quienes más lo necesitan.
EL FONDO
Como vivimos una etapa en la que todo tiene carácter partidista, las autoridades capitalinas ven en el narcomenudeo el problema más hondo y apremiante. Lo destacan porque hasta ahora ha sido delito federal y al atribuirle una influencia decisiva sobre los delitos del orden común, se están curando en salud y diciendo que la criminalidad que enfrentan las autoridades perredistas tiene origen en la incapacidad de las panistas.
La afirmación, por supuesto, es falsa. Se ignora el monto real del narcomenudeo y se carece de estudios que permitan fundamentar una vinculación entre este delito y los del orden común. Las afirmaciones, así, forman parte más del terreno de la mitología y de los dimes y diretes entre partidos que de la realidad criminológica.
Lo que sí es real y ha sido reconocido por las propias autoridades es que hay grupos que "podrían poner en jaque el trabajo institucional" y a cuyo haber es necesario atribuir buena parte del desorden en que ha florecido el crimen tan jubilosamente. En un documento oficial enviado a Ebrard alertándolo sobre focos rojos, se mencionan como "los más belicosos" a los taxistas piratas y a los grupos de perredistas que están en busca de vivienda.
Si Marcelo Ebrard quiere lograr algo en beneficio de la seguridad, va a tener que actuar en contra de las bases perredistas desatadas por AMLO y, lo que es todavía más difícil, en contra de sus propias cegueras y ambiciones.
ruizharrell@gmail.com
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Fecha de publicación: 13-Nov-2006
En poco menos de un mes, Marcelo Ebrard tomará posesión como jefe de gobierno del Distrito Federal. Cuando lo haga encontrará una situación caótica y lamentable en materia de seguridad pública. Por un lado descubrirá instituciones ineficaces, corruptas, atrasadas y con los engranes trabados y, por el otro, una delincuencia que supera sobradamente a la de cualquier otra época que haya vivido la ciudad.
En más de un sentido, la situación es hija de las cegueras y ambiciones del propio Ebrard. Cuando fue secretario de Seguridad Pública del DF, en lugar de reforzar el carácter preventivo de la policía, acercándola a la gente y creando los puentes que le permitieran actuar en asociación con la comunidad, encandilado por el oropel de Giuliani, intentó hacer de ella un cuerpo que investigara y persiguiera delincuentes. Por si no fuera suficiente, la transformó en un instrumento al servicio de su carrera política, no de protección a la ciudadanía.
La convicción de que todo robo era un robo, con independencia del valor de lo robado, llevó a Ebrard a cometer el error de promover un cambio de ley que permitiera encarcelar a los ladrones muy menores. El resultado es que del 31 diciembre de 2002 al último 12 de noviembre, el número de reos creció 59.8 por ciento al pasar de 20 mil 673 a 33 mil 027. Una de las consecuencias es que las cárceles de la ciudad están a punto de estallar en motines sangrientos. Otra es que la preparación delictiva de nuestros criminales es mejor cada vez: en los ocho meses en promedio que pasan en prisión, muchos logran aprender lo que no sabían y establecer contactos que los alientan a cometer crímenes mayores.
LA DELINCUENCIA
En lo que toca a la criminalidad, se sabe que a lo largo del 2005 se cometieron en el DF cuando menos 2 millones 22 mil 500 crímenes. De ellos alrededor de un millón 750 mil fueron robos; 200 mil casos de lesiones dolosas, 42 mil 500 secuestros exprés y el resto otros delitos. Es decir, la población capitalina padeció más o menos 4 mil 700 robos y asaltos por día. En total los delitos ascendieron a 5 mil 540 delitos, también en promedio diario.
La Procuraduría de la ciudad reconoció sólo 153 mil 997 en 2005 y este año, aunque todo indica que la criminalidad estuvo de nuevo al alza, afirman que apenas si pasarán de 147 mil. Que la Procuraduría registre un delito por cada trece que se cometen alienta y justifica la desconfianza que la población siente hacia ella.
Debe registrarse, por otra parte, que la delincuencia no afecta a todos por igual. Por cada cien delitos hay sólo 71 víctimas. De ellas 47 son tocadas por el crimen una sola vez. Los 53 crímenes restantes los sufren 24 personas que, en promedio, son víctimas de la delincuencia 2.2 veces por año. Aunque éstas últimas son atacadas casi siempre por los mismos delincuentes y se trata, en su gran mayoría, de delincuentes habituales, no hay, ni siquiera como sueño de anteproyecto, un solo programa para auxiliar a quienes más lo necesitan.
EL FONDO
Como vivimos una etapa en la que todo tiene carácter partidista, las autoridades capitalinas ven en el narcomenudeo el problema más hondo y apremiante. Lo destacan porque hasta ahora ha sido delito federal y al atribuirle una influencia decisiva sobre los delitos del orden común, se están curando en salud y diciendo que la criminalidad que enfrentan las autoridades perredistas tiene origen en la incapacidad de las panistas.
La afirmación, por supuesto, es falsa. Se ignora el monto real del narcomenudeo y se carece de estudios que permitan fundamentar una vinculación entre este delito y los del orden común. Las afirmaciones, así, forman parte más del terreno de la mitología y de los dimes y diretes entre partidos que de la realidad criminológica.
Lo que sí es real y ha sido reconocido por las propias autoridades es que hay grupos que "podrían poner en jaque el trabajo institucional" y a cuyo haber es necesario atribuir buena parte del desorden en que ha florecido el crimen tan jubilosamente. En un documento oficial enviado a Ebrard alertándolo sobre focos rojos, se mencionan como "los más belicosos" a los taxistas piratas y a los grupos de perredistas que están en busca de vivienda.
Si Marcelo Ebrard quiere lograr algo en beneficio de la seguridad, va a tener que actuar en contra de las bases perredistas desatadas por AMLO y, lo que es todavía más difícil, en contra de sus propias cegueras y ambiciones.
ruizharrell@gmail.com
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Fecha de publicación: 13-Nov-2006
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