Ebrard y el prematuro Comité de Campaña de su Partido de Estado
Por: José Carreño Carlón
7 de diciembre de 2006 Hora de publicación: 02:14
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Hay renglones menos torcidos —me escriben en respuesta al comentario de ayer— que conducen a la inevitable ruptura entre el nuevo jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, y su antecesor, el candidato presidencial perdedor, Andrés Manuel López Obrador, hoy en obsesiva campaña permanente por conquistar (por cualquier vía) el poder que le negaron las urnas el pasado 2 de julio.
La línea más recta en la ruta de colisión entre ellos es la marcada por las irrefrenables ambiciones de poder de los dos.
Ayer aparecieron en la prensa los primeros mensajes marcando el golpe bajo que supondría el inicio —a contracorriente de la campaña de AMLO— de la campaña presidencial de Ebrard, el mismo día de su toma de posesión del gobierno de la capital de la República.
Excélsior registró ayer, en efecto, que integrantes de la corriente interna del PRD Nueva Izquierda, reunidos en el Senado, acusaron al jefe del GDF de haber formado un “Comité de Campaña” y no un equipo de gobierno. Y, tras declinar un puesto de paja que le daba Ebrard, en ausencia de un reparto adecuado a la fuerza de cada tribu perredista, en entrevista con Reforma, Jesús Zambrano, de la misma corriente interna, manifestó su desacuerdo con el nombramiento de Martí Batres como secretario de Desarrollo Social, por considerar que eso equipara al PRD del DF, bajo control del jefe de Gobierno, con un “Partido de Estado”
Zambrano parecía referirse a una estrategia más abierta, descarada, de confusión de partido y gobierno. En ella, Batres transita ahora de dirigir el partido en el DF durante la campaña de Ebrard, a dirigir la asignación de recursos del gobierno de Ebrard a las clientelas de su partido, en pago por las movilizaciones callejeras y electorales del pasado y para activar las del futuro.
En sociedades como las latinoamericanas, como acaba de repetirse en el esquema de las misiones de Hugo Chávez en Venezuela, el poder movilizador de los recursos del Estado le da a su cabeza una ventaja incontrastable en el manejo del partido y de sus bases electorales. Y en el caso del DF, esa ventaja la ejerce ahora Ebrard incluso frente a quien le heredó esa avasalladora fortaleza clientelar.
En otras palabras, AMLO, autoerigido en candidato vitalicio —en campaña permanente desde su también autoproclamada “Presidencia legítima” para sustituir al presidente constitucional— aparecería cada vez más en medio de un territorio ajeno en el que estaría a punto de ser arrollado por la poderosa plataforma que él detentó, pero que ahora está siendo conducida por su delfín.
Ebrard le estaría haciendo así a AMLO, exactamente lo que AMLO le hizo a Cuauhtémoc Cárdenas a lo largo del sexenio pasado.
Lo de Fondo
De ahí esta crónica de una colisión anunciada entre el autoconstituido candidato presidencial vitalicio de su partido (AMLO) y quien considera llegado su turno para imponer su propia candidatura a su partido y su propio poder presidencial a la República (Ebrard) a partir de la poderosa fortaleza clientelar del Gobierno del DF, ahora bajo su control.
En la guerra de las tribus perredistas por los enclaves de poder de la capital, escribió Carlos Marín en Milenio ayer, el todavía “jefe de todos, Andrés Manuel López Obrador, apoya con todo al fogueado Ebrard, pero será entre éstos dos la última batalla”.
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Hay renglones menos torcidos —me escriben en respuesta al comentario de ayer— que conducen a la inevitable ruptura entre el nuevo jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, y su antecesor, el candidato presidencial perdedor, Andrés Manuel López Obrador, hoy en obsesiva campaña permanente por conquistar (por cualquier vía) el poder que le negaron las urnas el pasado 2 de julio.
La línea más recta en la ruta de colisión entre ellos es la marcada por las irrefrenables ambiciones de poder de los dos.
Ayer aparecieron en la prensa los primeros mensajes marcando el golpe bajo que supondría el inicio —a contracorriente de la campaña de AMLO— de la campaña presidencial de Ebrard, el mismo día de su toma de posesión del gobierno de la capital de la República.
Excélsior registró ayer, en efecto, que integrantes de la corriente interna del PRD Nueva Izquierda, reunidos en el Senado, acusaron al jefe del GDF de haber formado un “Comité de Campaña” y no un equipo de gobierno. Y, tras declinar un puesto de paja que le daba Ebrard, en ausencia de un reparto adecuado a la fuerza de cada tribu perredista, en entrevista con Reforma, Jesús Zambrano, de la misma corriente interna, manifestó su desacuerdo con el nombramiento de Martí Batres como secretario de Desarrollo Social, por considerar que eso equipara al PRD del DF, bajo control del jefe de Gobierno, con un “Partido de Estado”
Zambrano parecía referirse a una estrategia más abierta, descarada, de confusión de partido y gobierno. En ella, Batres transita ahora de dirigir el partido en el DF durante la campaña de Ebrard, a dirigir la asignación de recursos del gobierno de Ebrard a las clientelas de su partido, en pago por las movilizaciones callejeras y electorales del pasado y para activar las del futuro.
En sociedades como las latinoamericanas, como acaba de repetirse en el esquema de las misiones de Hugo Chávez en Venezuela, el poder movilizador de los recursos del Estado le da a su cabeza una ventaja incontrastable en el manejo del partido y de sus bases electorales. Y en el caso del DF, esa ventaja la ejerce ahora Ebrard incluso frente a quien le heredó esa avasalladora fortaleza clientelar.
En otras palabras, AMLO, autoerigido en candidato vitalicio —en campaña permanente desde su también autoproclamada “Presidencia legítima” para sustituir al presidente constitucional— aparecería cada vez más en medio de un territorio ajeno en el que estaría a punto de ser arrollado por la poderosa plataforma que él detentó, pero que ahora está siendo conducida por su delfín.
Ebrard le estaría haciendo así a AMLO, exactamente lo que AMLO le hizo a Cuauhtémoc Cárdenas a lo largo del sexenio pasado.
Lo de Fondo
De ahí esta crónica de una colisión anunciada entre el autoconstituido candidato presidencial vitalicio de su partido (AMLO) y quien considera llegado su turno para imponer su propia candidatura a su partido y su propio poder presidencial a la República (Ebrard) a partir de la poderosa fortaleza clientelar del Gobierno del DF, ahora bajo su control.
En la guerra de las tribus perredistas por los enclaves de poder de la capital, escribió Carlos Marín en Milenio ayer, el todavía “jefe de todos, Andrés Manuel López Obrador, apoya con todo al fogueado Ebrard, pero será entre éstos dos la última batalla”.
Por lo pronto, como tributo a ese jefe declinante del partido de Estado defeño, el jefe ascendente —conforme al más fiel canon estatista— borró de la historia de esa maquinaria de poder a la gobernante aniquilada durante la amarga purga del periodo anterior, Rosario Robles.
Pero eso no evitará las siguientes escaramuzas y batallas. La próxima: la que empieza a gestarse por la iracundia de AMLO y sus más próximos secuaces ante el gradual pero inexorable acercamiento entre los dos gobiernos constitucionales electos en la misma jornada electoral del 2 de julio: el de la capital, y el de la República, contra la orden del propio AMLO a sus huestes de “desconocer” al de la República.
Luego se harán más ruidosos los desprendimientos de una campaña a otra: de la de AMLO a la de Ebrard. Y ya la malicia de la crónica de Germán Dehesa en, Reforma sobre la coronación del nuevo jefe del GDF, registraba ayer que “Ebrard abandonó el espacio de Donceles acompañado muy significativamente por Manuel Camacho”.
Pero lo de fondo, a analizar con urgencia, es que —junto al anacronismo de la organización del poder y de la cultura política perredista en el DF, al más antiguo modo priista— gravita la anormalidad nacional de un centralismo todavía aplastante que hoy impone un peligroso desequilibrio de poder y graves distorsiones a la competencia política, a favor de los gobernantes de la capital y en detrimento de los demás poderes y órdenes de gobierno de la Federación.
jose.carreno@uia.mx
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