Thursday, December 07, 2006

La oportunidad de Marcelo

Razones
Por: Jorge Fernández Menéndez

Hoy Marcelo Ebrard asumirá el Gobierno del Distrito Federal, una oportunidad única para un hombre joven pero que lleva 25 años en la política activa. Nadie puede saber con seguridad cómo se presentará hoy Ebrard a sí mismo, pero tampoco nadie que conozca su trayectoria puede encasillar al secretario de Gobierno del DF con Manuel Camacho y luego secretario de Seguridad Pública y de Desarrollo Social con López Obrador, de ser un perredista de convicciones.

Discursos aparte, Ebrard siempre estuvo más cerca del llamado liberalismo social que de las posiciones de izquierda, más aún de las enarboladas por los sectores duros del perredismo que, paradójicamente y ante su propia imposibilidad de presentar un candidato propio, terminaron convirtiéndose en uno de los principales respaldos del propio Ebrard, en una alianza que, si no se ha roto, está ya muy deteriorada.

Marcelo ha sido el único de los gobernantes perredistas que ha mantenido un respaldo acrítico a López Obrador, por lo menos hasta el día de hoy. Son tantas las posiciones de poder que ha dejado incrustadas el tabasqueño en la futura administración capitalina, que será difícil pensar que Ebrard podrá deslindarse rápidamente de su antecesor, sobre todo porque su base social en el perredismo es débil. Pero sin ese deslinde, Ebrard no podrá gobernar, más aún porque, si bien López Obrador sigue siendo un político popular en muchos sectores capitalinos, el hecho es que esa aceptación se ha ido derrumbando desde el 2 de julio y sobre todo luego del plantón con el que el ex candidato agredió a la ciudadanía de la capital del país.

Al mismo tiempo, comenzaron a hacerse evidentes muchas de las carencias de la administración capitalina: ausencia de transparencia en el manejo de recursos; obras públicas que a casi dos años de ser “inauguradas” siguen sin terminar y de las que no sabemos ni su costo real ni siquiera el estudio de riesgos de las mismas; un deterioro evidente en la calidad de vida y la competitividad de la urbe; una inseguridad que sigue siendo casi crónica y una política clientelar que sirve para sumar votos pero contribuye a hundir a la capital en la ingobernabilidad. Todo ello en un contexto en el que el nuevo gobierno federal no piensa actuar con las dudas y las incertidumbres de sus antecesores.

Ayer decíamos que la crisis había actuado como una oportunidad para el presidente Calderón. Si no se equivoca, puede funcionar de la misma manera para Ebrard: la administración capitalina y el perredismo están en crisis y vienen de sufrir una derrota política que ha sido más costosa y dolorosa que la padecida en las urnas el pasado 2 de julio. Ebrard tiene la opción de comprar la crisis y la derrota, haciéndolas suyas, o de mirar hacia el futuro tratando de atesorar el capital político que aún le queda al perredismo en la capital del país y evitar con una política sensata seguir dilapidándolo como hasta ahora. Marcelo tendrá, si opta por lo segundo, que desarrollar una política progresista, muy diferente del populismo restaurador del que hizo gala López Obrador y continuó Alejandro Encinas (una de las mayores decepciones de la izquierda mexicana) y que será más complejo de implementar pero puede darle algunas ventajas frente a capítulos más conservadores, en la gestión pública, del equipo del presidente Calderón.


Transparencia en la gestión pública; claridad en el manejo de recursos; políticas públicas realmente populares y no de ornato; apego a la ley y al derecho; seguridad para todos y no sólo para los suyos; progresismo social y cultural; tolerancia y diálogo, son los elementos que podrán diferenciar a Ebrard y fortalecerlo en el gobierno capitalino. Hasta hoy la opacidad ha sido notoria en la gestión en la urbe y por ende no hay claridad sobre el manejo de los recursos (y ambos elementos se pusieron de manifiesto con la nueva derrota del GDF, ahora ante la Suprema Corte, con respecto a la integración de María Elena Pérez Jaén al Consejo de Transparencia o en el absurdo rechazo de un gobierno, que se dice progresista, ante todas y cada una de las recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal que encabeza Emilio Álvarez Icaza). Las políticas públicas no son realmente populares sino populistas: es inconcebible que se hayan gastado miles de millones en obras viales (algunas necesarias, otras, irrelevantes) y no se haya construido un solo kilómetro de Metro en seis años; que aún haya cientos de miles de familias sin agua potable en la ciudad o que se aplique una pensión “universal” a las personas de la tercera edad, pero los servicios de salud capitalinos sean un desastre. Que se pontifique en contra de la corrupción cuando ninguna de las obras importantes de todo un sexenio se licitó y casi todas se otorgaron a un pequeño grupo de empresas cercanas al Gobierno del DF. Que el narcomenudeo se haya enseñoreado en la ciudad (lo cual podría explicarse, en parte, por las revelaciones sobre las relaciones del ex subsecretario Gabriel Regino con esos grupos, que ya se habían puesto de manifiesto desde los hechos de Tláhuac, responsabilidad directa de Regino, que casi le cuestan la candidatura, y la libertad, a Ebrard). Que al progresismo se le intente indentificar con personajes impresentables como René Bejarano y los suyos, sinónimos de corrupción, que nunca fueron siquiera condenados verbalmente por el lopezobradorismo.

Siempre he pensado que Ebrard era el político más talentoso de todo el grupo que acompañó, para mal o para bien, primero a Manuel Camacho, luego a López Obrador. Por primera vez en su carrera, hoy Marcelo Ebrard estará en condiciones de demostrarlo sin tener que depender de nadie. Falta por saber si estará decidido a hacerlo.

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