Sunday, September 16, 2007

Marcelo: diagnóstico bíblico

Joaquín López Dóriga

La vida es un constante regreso del futuro. Florestán

Cuenta Andrés Manuel López Obrador en su libro La mafia nos robó la Presidencia que “gobernar es velar”.

“Antes dormía tranquilo, a pierna suelta. Es más —evoca—, cuando llovía hasta me arrullaba el agua. Sin embargo, como jefe de Gobierno cada vez que llovía fuerte no podía dormir por la preocupación. Es difícil conciliar el sueño cuando sabes que se puede inundar la ciudad”.

Y a continuación habla de su obra hidráulica, diciendo que recibió un sistema de drenaje con una capacidad de desalojo de 160 metros cúbicos por segundo “y nosotros aumentamos la capacidad en 60 metros, es decir, se incrementó en más de 30 por ciento”. Apunta que construyó una planta “muy grande” en el Gran Canal.

Consultados, especialistas que trabajan en el actual Gobierno del Distrito Federal pusieron en duda las cifras de López Obrador, diciendo que “no le dijeron la verdad” y él se basó en “lo que le dijeron”.

Pero la crítica más fuerte a la obra hidráulica de López Obrador es de Marcelo Ebrard quien, en un oficio de fecha 24 de abril de este año dirigido a José Luis Luege Tamargo, director de Conagua, a partir del dictamen del Consejo Asesor del Drenaje Profundo en el Distrito Federal, habla del “inadecuado funcionamiento” de ese sistema que conlleva “el riesgo inminente de un colapso” y advierte:

“Si no se realizan acciones inmediatas, una falla súbita se podría traducir en una inundación de varias semanas y grandes proporciones que podría abarcar tanto el centro de la Ciudad de México, como parte de los municipios de Naucalpan y Ecatepec en el Estado de México donde, entre otras graves afectaciones, se podría interrumpir el funcionamiento del Sistema de Transporte Colectivo y del Aeropuerto Internacional; sería necesario el racionamiento de agua potable a toda la ciudad y alrededor de cuatro millones de personas se verían afectadas sin dejar de considerar los daños colaterales a la salud”.

Este diagnóstico de Ebrard difiere mucho del optimismo de su antecesor y retrata dos cosas: que uno es el discurso político y otra la realidad de gobierno, y la necesidad inaplazable de terminar con la retórica y enfrentar la problemática en forma coordinada y urgente con el gobierno federal, por encima de fotos y reconocimientos.

No hacerlo, más que un error político, sería un crimen del que nadie se salvaría, escenario donde todos quedarían ahogados en las aguas negras.

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