Monday, August 13, 2007

Bitramposaurio

Por Denise Dresser

Un proyecto que se vende como lo que no es. Una obra que se presenta como emblemática de la modernización cuando esconde todo lo que en México persiste para frenarla. Una torre erigida para conmemorar las fiestas nacionales cuyos principales beneficios irán a parar a manos de particulares. Como un aguijón clavado en el corazón de Chapultepec. Punzante. Hiriente. Lastimoso. Colocado allí por un gobierno que se dice vanguardista pero sugiere -tanto con la sede escogida, como con el proceso cuestionable para conseguirla- que aún no entiende cómo serlo. Setenta pisos de tergiversaciones; 300 metros de manipulaciones; 6 mil 500 cajones de estacionamiento cargados de contradicciones. Una trampa para la ciudad, para el PRD que la gobierna, para los ciudadanos que la habitan.

Edificio tramposo para el proceso democrático que el PRD dice defender. Porque hay mucho de la Torre que huele mal, se ve mal, corre en contra de la transparencia y los esfuerzos para fomentarla. Paso tras paso, declaración tras declaración, el proyecto revela todo aquello que lo hace criticable. La transmutación de políticos en desarrolladores; la metamorfosis de funcionarios públicos en constructores privados; la promoción gubernamental de un proyecto que indudablemente generará multimillonarias ganancias, pero no necesariamente para la ciudad. Y una izquierda que se presta a la legislación a modo; al "fast track", a los cambios que exigen un manojo de empresarios y sus amigos.

Obra tramposa para el Estado de Derecho que la ciudad y el país necesitan. Pocas cosas peores en este trance que contemplar el aval de Marcelo Ebrard a la "flexibilización" de la ley. Que ver las reglas generales reformadas para servir a intereses particulares. Que presenciar las normas de desarrollo urbano sacrificadas por quien ganaría credibilidad con el apego irrestricto a su aplicación. Ebrard aspira a presentarse como miembro de una izquierda distinta, pero su comportamiento en este tema indica que todo cambia para permanecer igual. La misma discrecionalidad, la misma opacidad, la misma manera de gobernar al Distrito Federal que contribuye a su retroceso en lugar de asegurar su avance.

Torre tramposa para los ciudadanos que acabarán subvencionando -de diversas maneras- una obra que hará más rico al Grupo Danhos, pero a costa de los capitalinos. Los ciudadanos que pagarán el precio de ceder 30 mil metros cuadrados del Bosque de Chapultepec. Los que acabarán otorgando plusvalía mediante el cambio del uso de suelo y las reglas de altura a un terreno que actualmente vale 15 millones de dólares y acabará valiendo 180 millones más. Los que contribuirán al negocio redondo que Jorge Gamboa de Buen, "en nombre de la Ciudad", hará para sus socios. Los que padecerán el desborde de 13 mil carros previstos y tan sólo 6 mil 500 lugares de estacionamiento prometidos. Los que sufrirán días de obras interminables, meses de vialidades congestionadas, años de remodelación exasperante.

Edificio cuyo espíritu y cuyo arquitecto contradicen una celebración de lo que México es y a dónde quiere llegar. Rem Koolhaas forma parte de la corriente arquitectónica basada en la premisa: "fuck the context". En pocas palabras, no le preocupa el contexto o el futuro del Distrito Federal o la calidad de vida de sus habitantes. Lo que importa es el edificio en sí y el modo de vida "moderno" que representa: el fin de la ciudad, el fin de la identidad, el fin de la comunidad. Un estadío donde según dice, "the city is to be superseded by Bigness" (la ciudad debe ser superada por lo Grande). Y en efecto, la torre será grande pero no necesariamente grandiosa. Será alta pero no particularmente hermosa. Será -sin duda- un edificio icónico, pero no de la mexicanidad sino de los esfuerzos de un nómada global por dejarla atrás. Koolhaas ha dicho que "la arquitectura no puede hacer lo que la cultura no quiere". Y si la cultura mexicana quiere celebrar 200 años, no debería aceptar la construcción de un edificio mal bautizado que la desdeña.

Ante este racimo de razones, el gobierno de Marcelo Ebrard se equivoca -y seriamente- al argumentar que quienes se oponen al proyecto lo hacen por "mezquindad política". Es cierto que unos y otros han usado el tema para combatir al perredismo en la capital y lo seguirán haciendo. Pero al margen de las batallas políticas, existen argumentos de fondo, preguntas legítimas, preocupaciones válidas, ciudadanos consternados y con razón. El gobierno del Distrito Federal haría mal en cerrar los ojos frente a ellos. Sobre todo cuando le urge diferenciarse del autismo ante muchas causas ciudadanas que demostró su predecesor. Sobre todo cuando necesita distanciarse de aquello que aqueja a la imagen del perredismo y contribuye a desacreditarlo.

Por ello, Marcelo Ebrard y el PRD en la capital necesitan pensar en las siguientes preguntas: si el objetivo es conmemorar el Bicentenario, ¿por qué no convocar a un concurso de arquitectos mexicanos de talla mundial -Enrique Norten, Ricardo Legorreta, Teodoro González de León, entre otros- para construir un edificio que promueva lo mejor de nosotros mismos? Si lo que se busca es colocar a la ciudad en el escenario internacional, ¿por qué no construir un centro cultural o un museo o una sala de conciertos al estilo de lo que se ha hecho en Dubai o Abu Dhabi? Si el objetivo de la Torre es el desarrollo de la zona, ¿por qué no cambiarla a un lugar que realmente lo requiere, como el área de Ejército Nacional? Si el objetivo del gobierno es mejorar la vialidad y combatir el desorden en Las Lomas, ¿por qué no se aboca a ello independientemente del proyecto propuesto? Si el objetivo es cambiar la faz del paisaje urbano, ¿por qué no hacerlo en un lugar menos conflictivo? Si el objetivo es generar empleos, ¿por qué no fomentar su creación en colonias del Distrito Federal que los necesiten más? Si la Torre es "en favor de la ciudad", ¿por qué sus beneficios están tan concentrados en tan pocas manos?

Hasta ahora, la respuesta a estas interrogantes ha sido la evasión o la descalificación. El manoseo de cifras que cambian y datos que se modifican a conveniencia. La apariencia de autoridades coludidas con empresarios rapaces. La proliferación de argumentos poco convincentes que ocultan grandes intereses. El desdén a la ciudadanía y el atropello a sus derechos. Todo aquello asociado con la peor manera de hacer política y de tomar decisiones sobre el desarrollo urbano. Y por eso, la Torre del Bicentenario no es -como argumenta Marcelo Ebrard- "un símbolo del futuro de la metrópoli". Más bien parece un símbolo del pasado y las trampas que todavía puede tender.

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