Saturday, December 08, 2007

Los espectáculos de Marcelo

En Smirat, una pequeña ciudad de Túnez, durante el imperio romano, hubo un hombre poderoso y popular —una mezcla que algunos siempre buscan realizar— que hizo decorar su antecámara con un gran mosaico en el que se registra un espectáculo con gladiadores que él, generoso, ofreció al pueblo de su propio peculio. Se llamaba Magerius, y hoy lo recordamos porque también ordenó que se consignaran, a doble columna, las aclamaciones del público en loor suyo:

«¡Magerius! ¡Magerius! ¡Que tu ejemplo cunda en el futuro! ¡Que los anteriores bienhechores entiendan la lección! ¿Dónde y cuándo se vio cosa igual? ¡Ofreces un espectáculo digno de Roma, la capital! ¡Y lo costeas a tus expensas! ¡Este es tu gran día! ¡Magerius es el donante! ¡Esta es la verdadera riqueza! ¡Este es el verdadero poder!»

Muchos siglos después, las ansias de popularidad de algunos personajes públicos son las mismas, como iguales
los recursos espectaculares para obtenerla. En México, uno de los políticos más aventajados en esta materia es sin duda el jefe de gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, cuyos fastuosos entretenimientos estacionales le han dando ya fama no sólo en el resto del país, sino en todo el mundo.

En el verano, manda habilitar con toneladas de arena, palmeras y algunos otros elementos decorativos las albercas de algunos deportivos para que mucha gente, que acaso no conoce el mar, se forme una idea acerca de cómo es la experiencia de vacacionar en la playa. Ahora, en el invierno, ha hecho construir la pista de hielo más grande del mundo en pleno Zócalo, para que en su superficie el entusiasmo popular se deslice (así sea de manera por demás accidentada) hacia el reconocimiento de su gran obra de gobierno.

Las fotos de la inauguración de este magno espectáculo invernal ya deben colgar de su oficina o de alguna sala en su casa. O si no, por lo menos deben estar en un precioso álbum. Y en algún lugar también debe conservar el registro de las palabras de agradecimiento ciudadano y las notas periodísticas y crónicas que elogian su labor:

«¡Marcelo! ¡Marcelo! ¡Que tu ejemplo sea recogido por los próximos gobiernos perredistas! ¡Que los gobernantes del PRIAN entiendan la lección! ¿Dónde y cuándo se vio cosa igual? ¡Ofreces un espectáculo digno de Las Vegas, Disneylandia o cualquier otra capital de nuestro imaginario consumista! ¡Y no lo costeas a tus expensas! ¡Qué va! ¡Pero tampoco se lo cargas al exhausto contribuyente! ¡Eres genial, Marcelo, al pasar “la charola” entre quienes, desde ahora, ya te ven en Los Pinos! ¡Este es tu gran día! ¡Marcelo, generoso gobernante!»

Si bien es cierto, como lo pronosticó ese lenguaraz clérigo de Ecatepec, Onésimo Cepeda (“va a ser un rompedero de hocicos…”), que decenas de personas se han lastimado o roto un hueso en su intento por patinar sobre hielo (cuando ni siquiera tienen la costumbre de patinar sobre ruedas), el sentimiento general es de agradecimiento hacia el jefe de gobierno. Y ni que decir tiene que los simples espectadores están maravillados.

Los menos —quizás algunos de los que han salido con la nariz o la boca sangrando— reproducen esa sensación que también, hace siglos, el público romano tenía al salir de un espectáculo: no saber exactamente si su gobernante lo había honrado o humillado; si todo lo había dispuesto para hacerle pasar un momento agradable o si en realidad se trataba de una burla. La frontera entre estas dos apreciaciones es muy delicada en una ciudad con tantas carencias, atrocidades y rezagos.

Pero eso es pensar demasiado. Y la gente que disfruta estas distracciones no tiene por qué hacerlo, suponen los organizadores de estas actividades. Tampoco —por lo que hemos podido leer en la prensa— sus panegiristas. La condición de éste y otros entretenimientos es que no se acepte el cuestionamiento de los amargados y reaccionarios enemigos del gobierno perredista que no quieren ver al pueblo divertirse.

Siento decirlo, especialmente cuando se celebran los diez años de que la Ciudad de México es gobernada por la presunta izquierda, pero bien visto, el estilo de gobernar de Marcelo Ebrard recibe más inspiración de las prácticas de los emperadores romanos que de los programas socialistas. La importancia que el carnal Marcelo le atribuye a los espectáculos que periódicamente organiza es semejante a la que los poderosos y los mecenas de las ciudades antiguas le daban a la construcción de anfiteatros, baños públicos o a la organización de ferias. Y si a eso añadimos la repartición de víveres (incluso en Tabasco), el seguro de desempleo (en una ciudad devorada por el mercado informal) o la forma en que exime de sus deudas u obligaciones al pueblo pobre, no podemos ver en Ebrard sino a un moderno Trajano.

Entre tanto, desde la amargura, quienes somos incapaces de participar de la alegría popular seguiremos haciendo fastidiosas preguntas acerca de si esta “maravillosa y mísera ciudad” (como dijera Paolo Pasolini en uno de sus poemas) no tiene más prioridades que estos divertimentos efímeros.

Ariel González Jiménez - 25

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