Hasta la muerte
AMLO y MEC, ante parricidio o filicidio
Los dos más aventajados presidenciables del PRD, AMLO y Marcelo Ebrard, viven los previos de una guerra política que podría terminar en parricidio o en filicidio.
Es decir, que el hijo político de AMLO —porque está claro para todos que Marcelo le debe la vida política al tabasqueño— podría verse forzado al parricidio político como único camino posible para cumplir sus legítimas ambiciones. Eso, claro, si no es que su padre político —porque sin AMLO, el jefe de Gobierno no sería nada en la clase política—, decide sacrificarlo para buscar por segunda ocasión la candidatura presidencial.
Basta con echarle un mirada a lo ocurrido entre AMLO y su padre político, Cuauhtémoc Cárdenas. Por ahí del primer trimestre de 2002, en este espacio advertimos que López Obrador preparaba un parricidio político, como única salida política posible para convertirse en jefe del PRD, jefe de la izquierda y luego, candidato presidencial. Contra muchas voces que en el extremo nos insultaron, el pronóstico se cumplió puntual y, en efecto, AMLO acabó por matar a su padre político, Cárdenas, al que le debía todo.
Hoy los papeles se invierten y Ebrard asiste a esa disyuntiva. Son muchos los indicios de que la historia podría repetirse: que Marcelo acabará con su padre político. Porque en política, igual que en la sociedad de algunos felinos —como los leones—, los padres y los hijos estorban para mantener o alcanzar el poder. Y en política lo que estorba —padres o hijos— debe ser eliminado.
AMLO, LAS DEBILIDADES
Y decíamos que los papeles se han invertido porque si bien hace un sexenio Cárdenas era el candidato presidencial derrotado aún así seguía siendo, sin duda, el jefe moral y real del PRD. Pero su hijo político, AMLO, tenía en sus manos el centro de poder real, la poderosa jefatura de gobierno del DF, lo que le permitió imponer sus reales a partir del poder real. Hoy, López Obrador es el candidato presidencial derrotado, pero sigue siendo el jefe moral y real del PRD. Pero Ebrard tiene en sus manos el poder real, la jefatura de gobierno del DF, desde donde hace todo para imponer sus reales.
Y no son pocos los que dicen que si Cárdenas se mantuvo con vida hasta en tres candidaturas presidenciales, López Obrador sigue vivo y tiene posibilidades “por lo menos una oportunidad más”. Tendrían razón si de edades cronológicas se hablara. Pero el problema es que en política los años no son lo mismo. Entre 1988, 1994 y 2000, se vivía el nacimiento, infancia y juventud del PRD, años que no son comparables —por mucho—, a 2006 y menos lo serán a 2012, en donde el PRD entra a su madurez.
En realidad, López Obrador está más cerca de la imagen de león viejo que estorba que de la imagen que en 1988, 1994 y hasta en 2000 mostró Cárdenas, tiempos en los que parecía y era el jefe joven, todopoderoso, fundador de la manada de los amarillos.
Pero además, debemos recordar que también entre los políticos los años no pasaban en balde, y que en el caso de AMLO, su efecto es notorio y repercute en las decisiones políticas. ¿Cuándo tuvo López Obrador sus mejores momentos? Por un lado, en 1996, cuando negoció con Zedillo su llegada —la de AMLO— a la jefatura del PRD y la negociación para la gran reforma electoral de ese año; y por el otro, cuando a pesar de lo ilegal de su candidatura, volvió a negociar con Zedillo que lo hicieran candidato a jefe de Gobierno del DF. Y la tercera, claro, cuando impuso mediante una desigual negociación su control absoluto en el PRD, en 2005.
¿Cuándo AMLO ha tenido sus peores momentos? En los previos a julio de 2006, cuando en lugar de negociar con los dueños del gran capital el respeto electoral, se enfrentó a ellos y los amenazó con perseguirlos; cuando chocó contra Fox, en lugar de negociar un pacto de no agresión; cuando inventó la gran farsa del fraude, muy caro para él y su partido, y que hoy tiene al PRD y a sus aspiraciones en la lona; y cuando se aventó la puntada de decretar que su proyecto era el de derrocar al gobierno de Calderón, por cualquier vía.
López Obrador parece más león viejo, que perdió los reflejos y la capacidad de crear, negociar, dialogar y acordar, con lo que le deja todo el espacio a los leones jóvenes, como su propio hijo, Marcelo, que pretende quedarse con la manada y con el poder. Aún así, como buen león viejo, dará la batalla, pero con pocas posibilidades.
Marcelo, las fortalezas
Una de las principales fortalezas —en realidad la fortaleza— del jefe de Gobierno es su cargo; la segunda posición política y de poder económico, luego de la Presidencia de la República. El hecho de que haya gastado 45 millones de pesos —de los ciudadanos— sin control, sin permiso y sólo para financiar una parte menor de su campaña presidencial, nos habla del tamaño de las ambiciones y la fuerza que impone ya a sus decisiones políticas el jefe de Gobierno.
Es claro que a Ebrard le urgía borrar, lo más rápido posible, el impacto por el caso New’s Divine. Y claro, qué mejor que con la consulta petrolera. ¿Y cómo se mantiene ese ruido mediático? Dinero público. Dinero para gorras, playeras, boletas electorales, spots, mantas, pasacalles, anuncios en radio y televisión.
Ebrard ha gastado eso y muchos millones más, en playas artificiales, pistas de patinaje artificiales, masivas fiestas de 15 años, espectáculos en el Zócalo, museos de dizque arte; en vender su imagen como la de un político ocupado y preocupado por los pobres, los problemas sociales y, por supuesto, que es capaz de conducir la más grande ciudad del mundo, lo que lo pondría como el hombre capaz de conducir los destinos nacionales. Su imagen ha crecido como la espuma porque en el fondo lo que está en juego es la popularidad.
Y es que la lucha final entre AMLO y Marcelo la definirá no una revisión de las capacidades de uno y otro, de las habilidades como gobernantes, como políticos, de sus aciertos y, sobre todo, de esa sensibilidad como estadistas. No, la decisión de quien será al final de cuentas el aspirante presidencial de los amarillos, entre AMLO y Marcelo, será una decisión entre el que sea más popular. Es decir, al más rancio estilo de la política ratonera.
Pero existe una gran diferencia entre el potencial de Marcelo y el de AMLO. Resulta que el primero tiene todo por hacer desde su posición como jefe de Gobierno —sobre todo en una ciudad que reclama arreglos por todas partes, desde la seguridad, impartición de justicia, vialidad, caos vial y ambulantaje, pasando por el crimen organizado y el narcotráfico…—, lo que le reserva cuatro años de una popularidad casi a placer —siempre y cuando no salga con otra estupidez como la del New’s Divine—, en tanto que AMLO no tiene banderas para mantener su campaña.
La única bandera de López Obrador es el petróleo, la cual ya agotó no por las propuestas o resultados positivos a partir del ejercicio de la política, sino porque se mostró a tal grado radical, que le salió contraproducente su radicalización. Hoy la reforma petrolera es prácticamente un hecho, lo que agotará la única carta de AMLO y del PRD, en tanto que Marcelo sigue ganando terreno. Y puede llegar al final como el único candidato con vida. Al tiempo.
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