Thursday, December 20, 2007

Ebrard, un López aumentado y sin corregir


Razones / Jorge Fernández Menéndez

En las épocas priistas, Marcelo Ebrard fue, durante cinco años, el principal operador de Manuel Camacho en el DF. En 2000 era candidato del efímero partido de Centro Democrático y resignó su candidatura para apoyar a López Obrador. Ya con éste en el gobierno terminó al frente de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, la cual tuvo que dejar después del asesinato de dos agentes de la PFP en Tláhuac, sacrificados junto con un compañero que sufrió graves quemaduras en los hechos, sin que el gobierno capitalino hiciera nada por rescatarlos. Pero fue premiado con algo mejor: la Secretaría de Desarrollo Social, encargado de la muy clientelar estrategia lopezobradorista (que en términos reales no es sino la continuación, corregida y ampliada, de la que llevaron a cabo Camacho y Ebrard entre 1989 y 1993 en el DF). Y, de ahí, con todo el apoyo del tabasqueño, saltó a la candidatura para la capital, donde ganó con amplitud.

Nadie puede dudar que Ebrard conoce la ciudad y sus manejos políticos. Tampoco, que es un político inteligente e informado. Por eso su llegada al gobierno capitalino (con sus evidentes deseos de ser candidato presidencial en 2012) hacía esperar mucho más de Ebrard. Su actuación a lo largo de este 2007, sin embargo, ha sido, para quienes esperábamos la construcción de una alternativa moderna desde la centroizquierda, decepcionante. Ebrard ha sido más de lo mismo: pistas de hielo con un costo de un millón de pesos diarios (como todo el mundo sabe, el patinaje sobre hielo es una de las tradiciones culturales y deportivas más cercanas a nuestra sociedad, junto con el snorkel en los canales de Xochimilco y el esquí en el Peñón de los Baños); la inauguración, utilizando hasta el mismo camioncito que usaba AMLO, de obras viales inconclusas y mal diseñadas, como el llamado distribuidor vial de La Concordia, en la salida a Puebla (que fue inaugurado el domingo y cerrado el martes); negocios y obras públicas entregadas a los amigos por la vía de adjudicación directa; programas sociales en dinero en efectivo de los que no existen ni padrones de beneficiarios ni cuentas públicas; como López Obrador agotó el esquema del cambio de placas para recaudar dinero ahora lo que se cambiarán serán las tarjetas de circulación y, pese a que lo que sobran son taxis y éstos no terminan de cumplir con la normatividad mínima, se “legalizarán” los más de 20 mil pirata, claro, todos aquellos afiliados a las asociaciones ligadas al PRD y al ala bejaranista, como los llamados Pantera, que son, además, donde se comete la mayor cantidad de delitos sin que nadie los moleste. La lista podría seguir y abarcar, por ejemplo, la intolerancia de las autoridades, con la diferencia de que ahora, cuando el jefe de Gobierno es criticado, como ocurrió con el secretario del Trabajo, Javier Lozano, no sólo se le organizan manifestaciones de los grupos fascistoides que encabeza Fernández Noroña, sino que además se le amenaza por conducto del secretario de Seguridad Pública, Joel Ortega, quien por lo visto no tiene nada mejor que hacer para defender a los capitalinos de la inseguridad.

Ello tiene relación con lo que es más grave: la negativa pública a observar y atacar un problema que rebasa a las autoridades locales, el del narcotráfico y la violencia. Aparecen tres personas decapitadas en el Distrito Federal y los hechos de violencia se han sucedido uno tras otro a lo largo del año, con ejecuciones y ajustes de cuentas de todo tipo, sin embargo, para el jefe de Gobierno, no ocurre nada: los decapitados no son producto de ninguna ola de violencia, ajustes de cuentas no hay y cuando ocurren corresponden a “conflictos originados en otras entidades”. El narcotráfico en la ciudad no existe, ni opera aquí, dicen las autoridades locales, cártel alguno. No sólo es mentira: se trata de una negligencia absoluta. Por supuesto que en la Ciudad de México operan todos los cárteles del narcotráfico: aquí es donde se consume el mayor volumen de droga del país; es la plaza más importante para el lavado de dinero; un lugar privilegiado para la operación y el refugio de sus jefes; existen vías de comunicación con todo el territorio nacional y con el resto del mundo, para recibir y enviar droga, armas y dinero. En el oriente de la ciudad hay zonas donde las autoridades policiales reconocen que ni siquiera pueden entrar y allí existen grandes depósitos de drogas, armas y artículos de contrabando. No es ningún secreto de Estado.

¿Es responsabilidad directa del gobierno de Ebrard esa situación? No, es algo que se ha ido gestando a lo largo de los años, pero al desconocer esa realidad, al tratar de negarla, como ocurrió con la marcha contra la inseguridad o los asesinatos de los miembros de la PFP en Tláhuac, lo que se hace es permitir que el fenómeno crezca y se desarrolle. Si todos estos y muchos otros problemas que la ciudad debe afrontar de la mano le guste o no de las autoridades federales son negados y esa colaboración rechazada, que nadie se asombre entonces porque la competitividad de la capital se rezaga con respecto al resto del país o que las inversiones bajen y el desempleo crezca al mismo tiempo que aumentan los subsidios directos y, por ende, el endeudamiento. Es, en términos estratégicos, un desastre, porque el deterioro de la calidad de vida, con o sin pista de hielo, es evidente.

Pero es también un pésimo cálculo político: si Ebrard se limita a aplicar, corregidas y aumentadas, las mismas políticas que implementó López Obrador, ¿por qué Ebrard sería mejor candidato que El Peje en 2012?, ¿por qué éste estaría dispuesto a ofrecerle la candidatura a alguien que no ha hecho sino seguir al pie de la letra sus instrucciones? Ebrard está cometiendo, quince años después y en otro tono, pero con el mismo sentido, idénticos errores que cuando buscó la candidatura presidencial con Manuel Camacho en 1993. El resultado, si él no cambia, será el mismo.

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Thursday, December 13, 2007

Inauguran Fuente de la República


La obra cuenta con 700 chorros de agua, 200 lámparas y ocho bombas que mueven 100 metros cúbicos de líquido que se reciclan

Por Manuel Durán

Ciudad de México (13 de diciembre de 2007).- La Fuente de la República, ubicada en Paseo de la Reforma y Plaza Juárez —frente a la Torre del Caballito— fue inaugurada esta noche con la presencia de su creador, el artista Manuel Felguérez.

El Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, dio el pase para la inauguración de esta fuente con una serie de juegos pirotécnicos que iluminaron su funcionamiento.

La obra se encuentra entre las esculturas de El Caballito, de Sebastián, y la recién inaugurada Puerta 1808, también del artista Manuel Felguérez.

Este monumento será parte del conjunto de jardines y plazas que adornarán la Ciudad con motivo de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana.

La fuente tiene 20 metros de diámetro y cuenta con 700 chorros de agua, 200 lámparas y ocho bombas que mueven 100 metros cúbicos de líquido que se reciclan.

El proyecto urbanístico estuvo a cargo de Juan Álvarez del Castillo, y el diseño, del escultor Felguérez.



Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo

ESTA NOTA PUEDES ENCONTRARLA EN:
http://www.reforma.com/ciudad/articulo/836553/
Fecha de publicación: 13-Dic-2007

Comentarios:

Maravilloso. Otra obra de interés social de Maslelo Ebrard-or. Todos los habitantes del Distrito Federal debemos dar gracias a Dios por tener un Jefe de Gobierno tan competente e interesado en la gente. Esta magnífica obra, junto con las pistas de hielo, las playas, el ciclódromo y los bailes de quinceañeras van a incrementar, no solo nuestro bienestar, sino nuestra competitividad internacional, nuestro ingreso neto y nuestro nivel cultural. Una porra a nuestro magnánimo salvador Don Maslelo Ebrard-or

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Saturday, December 08, 2007

Los espectáculos de Marcelo

En Smirat, una pequeña ciudad de Túnez, durante el imperio romano, hubo un hombre poderoso y popular —una mezcla que algunos siempre buscan realizar— que hizo decorar su antecámara con un gran mosaico en el que se registra un espectáculo con gladiadores que él, generoso, ofreció al pueblo de su propio peculio. Se llamaba Magerius, y hoy lo recordamos porque también ordenó que se consignaran, a doble columna, las aclamaciones del público en loor suyo:

«¡Magerius! ¡Magerius! ¡Que tu ejemplo cunda en el futuro! ¡Que los anteriores bienhechores entiendan la lección! ¿Dónde y cuándo se vio cosa igual? ¡Ofreces un espectáculo digno de Roma, la capital! ¡Y lo costeas a tus expensas! ¡Este es tu gran día! ¡Magerius es el donante! ¡Esta es la verdadera riqueza! ¡Este es el verdadero poder!»

Muchos siglos después, las ansias de popularidad de algunos personajes públicos son las mismas, como iguales
los recursos espectaculares para obtenerla. En México, uno de los políticos más aventajados en esta materia es sin duda el jefe de gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, cuyos fastuosos entretenimientos estacionales le han dando ya fama no sólo en el resto del país, sino en todo el mundo.

En el verano, manda habilitar con toneladas de arena, palmeras y algunos otros elementos decorativos las albercas de algunos deportivos para que mucha gente, que acaso no conoce el mar, se forme una idea acerca de cómo es la experiencia de vacacionar en la playa. Ahora, en el invierno, ha hecho construir la pista de hielo más grande del mundo en pleno Zócalo, para que en su superficie el entusiasmo popular se deslice (así sea de manera por demás accidentada) hacia el reconocimiento de su gran obra de gobierno.

Las fotos de la inauguración de este magno espectáculo invernal ya deben colgar de su oficina o de alguna sala en su casa. O si no, por lo menos deben estar en un precioso álbum. Y en algún lugar también debe conservar el registro de las palabras de agradecimiento ciudadano y las notas periodísticas y crónicas que elogian su labor:

«¡Marcelo! ¡Marcelo! ¡Que tu ejemplo sea recogido por los próximos gobiernos perredistas! ¡Que los gobernantes del PRIAN entiendan la lección! ¿Dónde y cuándo se vio cosa igual? ¡Ofreces un espectáculo digno de Las Vegas, Disneylandia o cualquier otra capital de nuestro imaginario consumista! ¡Y no lo costeas a tus expensas! ¡Qué va! ¡Pero tampoco se lo cargas al exhausto contribuyente! ¡Eres genial, Marcelo, al pasar “la charola” entre quienes, desde ahora, ya te ven en Los Pinos! ¡Este es tu gran día! ¡Marcelo, generoso gobernante!»

Si bien es cierto, como lo pronosticó ese lenguaraz clérigo de Ecatepec, Onésimo Cepeda (“va a ser un rompedero de hocicos…”), que decenas de personas se han lastimado o roto un hueso en su intento por patinar sobre hielo (cuando ni siquiera tienen la costumbre de patinar sobre ruedas), el sentimiento general es de agradecimiento hacia el jefe de gobierno. Y ni que decir tiene que los simples espectadores están maravillados.

Los menos —quizás algunos de los que han salido con la nariz o la boca sangrando— reproducen esa sensación que también, hace siglos, el público romano tenía al salir de un espectáculo: no saber exactamente si su gobernante lo había honrado o humillado; si todo lo había dispuesto para hacerle pasar un momento agradable o si en realidad se trataba de una burla. La frontera entre estas dos apreciaciones es muy delicada en una ciudad con tantas carencias, atrocidades y rezagos.

Pero eso es pensar demasiado. Y la gente que disfruta estas distracciones no tiene por qué hacerlo, suponen los organizadores de estas actividades. Tampoco —por lo que hemos podido leer en la prensa— sus panegiristas. La condición de éste y otros entretenimientos es que no se acepte el cuestionamiento de los amargados y reaccionarios enemigos del gobierno perredista que no quieren ver al pueblo divertirse.

Siento decirlo, especialmente cuando se celebran los diez años de que la Ciudad de México es gobernada por la presunta izquierda, pero bien visto, el estilo de gobernar de Marcelo Ebrard recibe más inspiración de las prácticas de los emperadores romanos que de los programas socialistas. La importancia que el carnal Marcelo le atribuye a los espectáculos que periódicamente organiza es semejante a la que los poderosos y los mecenas de las ciudades antiguas le daban a la construcción de anfiteatros, baños públicos o a la organización de ferias. Y si a eso añadimos la repartición de víveres (incluso en Tabasco), el seguro de desempleo (en una ciudad devorada por el mercado informal) o la forma en que exime de sus deudas u obligaciones al pueblo pobre, no podemos ver en Ebrard sino a un moderno Trajano.

Entre tanto, desde la amargura, quienes somos incapaces de participar de la alegría popular seguiremos haciendo fastidiosas preguntas acerca de si esta “maravillosa y mísera ciudad” (como dijera Paolo Pasolini en uno de sus poemas) no tiene más prioridades que estos divertimentos efímeros.

Ariel González Jiménez - 25

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