Friday, June 29, 2007

Ebrard o la agenda perdida del GDF

Razones
Por: Jorge Fernández Menéndez


Uno de los secretos del éxito político es lograr imponer la agenda propia a los adversarios. Lo hizo Salinas de Gortari a lo largo de su sexenio hasta enero de 94, cuando diversos actores, desde el EZLN hasta Manuel Camacho, pudieron imponer su propia agenda y terminaron desbarrancando a aquella administración. Ernesto Zedillo nunca consiguió imponerla plenamente, aunque pudo, entre 1996 y 1999, mantener un equilibrio considerable. Para entonces, la campaña de Vicente Fox puso al gobierno y al priismo a la defensiva y nunca pudieron recuperar posiciones. Pero Fox no logró, en todo el sexenio, imponer una agenda política.

Uno de los méritos de Calderón, desde el inicio de su gobierno, ha sido que ha conseguido imponer su agenda y llevar a los demás actores a seguirla. Lo ha hecho con inteligencia y sin forzar las cosas, utilizando la influencia natural de Los Pinos, y ha aprovechado que el priismo está midiendo aún hasta dónde pueden llegar sus fuerzas y el PRD ha perdido completamente la brújula. Quien ha pagado los costos más altos de esa pérdida de brújula y agenda es Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno capitalino.

Es verdad que la lógica en el PRD se comenzó a perder desde marzo del año pasado, en plena campaña electoral, cuando López Obrador se equivocó una y otra vez en el manejo de la misma, pero ello fue mucho más acentuado después del 2 de julio y, sobre todo, en el momento en que se instaló el plantón en la Ciudad de México: si un candidato, un partido y las autoridades emanadas de éste, castigaban de forma absurda a la ciudadanía que les había dado la mayor cantidad de votos en el país, ¿quién podía suponer que ello fuese aceptable para esa misma ciudadanía? A Alejandro Encinas le tocó el vergonzoso papel de convertirse, desde la Jefatura de Gobierno, en el testaferro de una loca estrategia política que le terminó de demostrar a la gente que la administración capitalina no estaba a su servicio, sino al del ex candidato presidencial. Un desastre político que dejó a Encinas con la popularidad por los suelos.

Marcelo Ebrard representaba la posibilidad de darle una vuelta de tuerca a esa historia. El peor perfil de Ebrard es cuando se presenta como un político contestatario y quiere aparentar ser un hombre de izquierda. No lo es: Marcelo en realidad es un liberal (un neoliberal, dirían en el pasado sus detractores, algunos de los cuales ahora son sus aliados), con experiencia en la administración pública y la operación política. Tenía, por edad, imagen y experiencia, las condiciones idóneas para establecer una sólida base de apoyo en el DF a partir de la obra pública y de la corrección de los innumerables errores y dispendios administrativos de la administración anterior. Para ello necesitaba establecer una agenda propia que debía pasar, necesariamente, por la relación con el gobierno federal, sobre todo si éste, a diferencia de su antecesor, sí tiene agenda y sabe cómo emplearla. Ebrard ha hecho todo lo contrario: en vez de mostrar al administrador eficiente y al operador político con experiencia, ha decidido parecer el seguidor más fiel de López Obrador y está repitiendo, paso por paso, los mismos errores que Alejandro Encinas, con los mismos costos políticos y de popularidad. Ebrard ha seguido casi sistemáticamente la estrategia que implementó con Camacho durante la gestión de éste en el DF, desde fines de 88 hasta fines de 93, se ha concentrado en la creación de espacios públicos (en la época de Camacho, mucho de ello pasó por los espectáculos) que, necesarios o no, eficientes o no, le dan cobertura e imagen al jefe de Gobierno. Como también lo hizo Camacho, busca apostar a ciertas obras públicas que se inscriban en la misma lógica, desde la recuperación de la Zona Rosa hasta las expropiaciones en Tepito. Pero Camacho y Ebrard, en aquellos años, tenían todo el respaldo del gobierno federal, porque esos planes no pueden realizarse en forma aislada. Hoy Ebrard rechaza ese apoyo.

Entonces esa construcción de espacios públicos choca con la estrategia política: no se puede impulsar la inversión en el centro de la ciudad y al mismo tiempo tolerar los plantones y los bloqueos cotidianos o un comercio informal que crece cada día más; no se puede impulsar la "recuperación" de la ciudad y dejar durante meses a los señores de los llamados 400 Pueblos exhibiéndose encuerados en Reforma. No se puede establecer un reglamento de tránsito estricto y tolerar a los miles de taxis y autobuses pirata. Pero, más grave aún: no se puede exigir, desde la concesión del aeropuerto hasta la conversión de la ciudad en el estado 32, cuando no se logra garantizar el orden público ni se quiere colaborar con el gobierno federal.

Un ejemplo lo tuvimos esta semana: el agua es clave para la viabilidad y el futuro de la ciudad. El gobierno federal ha tomado como suyos los planes que desde 1998 había presentado la Comisión Nacional del Agua para salvar de la crisis a la Ciudad de México y ha comenzado a operarlos. Y, esta semana, el presidente Calderón inauguró una de las obras importantes, aun cuando faltan muchas más, en el drenaje capitalino. Ebrard decidió no participar y tampoco estar en la reunión posterior de Calderón con los gobernadores perredistas. Calderón lo llamó a trabajar juntos para bien de la ciudadanía y el jefe de Gobierno tardó 24 horas en responder diciendo que ya lo estaba haciendo. Quizás sea verdad, pero como su actitud pública muestra otra cosa, nadie se lo cree. Javier Lozano lo había zarandeado ya por su resistencia a impedir los bloqueos en la ciudad. Ahora Miguel Ángel Yunes lo acusa de apoyarlos y financiarlos. Y Ebrard no puede responder porque las acusaciones son ciertas. No le queda sino seguir a la defensiva, porque su línea de sometimiento a López Obrador le impide tener las manos libres. En algún momento deberá decidir si quiere o no gobernar la ciudad.

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Wednesday, June 20, 2007

La tele de Marcelo

Joaquín López Dóriga

Hay cosas mucho más importantes de las que uno piensa. Florestán

Para Marcelo Ebrard, la televisión, tener su propio canal, y una estación de radio, se ha convertido en una prioridad, en su prioridad claro, y a la vez en un distractor de los problemas de la ciudad.

El jefe de Gobierno capitalino ha colocado esa ambición política en lo más alto de su discurso y de su gestión, confirmando que por una parte van los intereses de la población y por el otro, muy distinto, muy distante, el de los gobernantes.

Lo digo porque a los millones que habitan el Distrito Federal les importa un pito si Ebrard tiene o no un canal de televisión y su estación de radio.

Y es que las prioridades son distintas.

Para la sociedad va un poco de la mano con lo que ofreció Ebrard como candidato y que ya desechó: seguridad, transporte público, justicia, basura, educación, salud, vialidades, oportunidades económicas, empleo, ambulantaje, combate a la ilegalidad, a la deshonestidad y a la corrupción en todos sus frentes; narcotráfico, en sus vertientes de narcomenudeo, consumo, prevención, rehabilitación; el reordenamiento urbano y el crecimiento, por corrupto, desordenado de la ciudad; la contaminación; la falta de agua, drenaje y otros servicios, el bacheo, pero en ninguna demanda popular aparece la tele de Ebrard.

Por eso digo que por un lado van las necesidades de los gobernados y por otro, muy distante, el de los gobernantes, en este caso del jefe de gobierno capitalino.

De otro modo no entendería que haya hecho del trámite para su tele una prioridad, ignorando las urgencias sociales que no pasan por su canal.

Lo único que tengo claro es que, como a López Obrador, a Marcelo le encanta salir en la tele, pero ya en la suya, y que como el mismo AMLO ha comenzado su campaña por la Presidencia de la República , y que siguiéndolo, lo niega como el otro lo negó.

Pero esa película ya la vimos todos.

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La ciudad de Marcelo
Ezra Shabot

Marcelo Ebrard no tiene otra alternativa más que la de desmarcarse de sus mentores, e iniciar una nueva estrategia política basada en un liderazgo propio

Durante todo el sexenio pasado, la Ciudad de México se convirtió en un trampolín desde el cual el entonces jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador diseñó su estrategia para llegar a la Presidencia de la República. Si Vicente Fox actuó como candidato y no como Presidente durante los seis años, AMLO no hizo otra cosa que montarse en el escenario mediático para desde ahí intentar ganar las elecciones. De hecho esta estrategia es totalmente legítima como mecanismo de ascenso de un político que, al hacer bien su trabajo, consigue mejores posiciones como consecuencia de ello. El problema se presenta cuando aquello que se expuso como logro, no fue más que un falso andamiaje sin asidero alguno.

Y es que la ciudad que recibe Marcelo Ebrard es producto de seis años de ocurrencias, improvisaciones y un círculo de corrupción impuesto como mecanismo de recaudación de fondos para la campaña presidencial. Sus dos obras monumentales: el segundo piso del periférico y el Metrobús, terminaron no sólo como obras inconclusas, sino también plagadas de las insuficiencias propias de una entrega apurada y de la utilización de materiales de pésima calidad, lo que exige la realización inmediata de una auditoría por parte de los órganos responsables de la fiscalización de los recursos públicos, para deslindar responsabilidades y llevar ante la justicia a los beneficiarios de este fraude.

Lo mismo sucedió con el resto de obras de relumbrón en el Paseo de la Reforma, en donde la falta de transparencia financiera que caracterizó la administración de López Obrador, impidió acceder a la información sobre pagos de esculturas, jardinería y otras obras que beneficiaron a los amigos y financieros de la campaña y posteriormente de los plantones del candidato derrotado. Y esto, sin entrar en la estructura de "subsidios" permanentes a los aparatos corporativos perredistas, que reprodujeron con creces la vieja estructura priista de control político por la vía de dádivas y apoyos condicionados a los beneficiarios de programas sociales.

Es claro que Marcelo Ebrard no estará dispuesto a sustentar su poder a través de la denuncia de los excesos de una administración de la cual formó parte y que de hecho lo llevó a ganar los comicios del pasado mes de julio. Pero seguir en la misma tónica de su antecesor o continuar reproduciendo el esquema que él mismo aprendió durante su actuación como secretario de Gobierno del entonces regente Manuel Camacho, sólo redundará en otra mediocre gestión que reduzca aún más la calidad de vida de los capitalinos, en beneficio de grupos de presión ilegítimos.

Sin embargo, de mantenerse esta estrategia, la vida política de Ebrard podría consumirse a partir de un desgaste permanente ocasionado por la lucha entre su liderazgo personal y las demandas de las tribus perredistas que lo siguen considerando un elemento extraño al grupo, y por lo tanto carente de la confianza necesaria como para integrarlo a la comunidad. En este sentido el jefe de Gobierno capitalino no tiene otra alternativa que la de crear una estructura de poder, capaz de subordinar al resto del aparato a su propia iniciativa. Es decir, no más tribus ni grupos de presión corporativos con la suficiente fuerza como para chantajearlo una y otra vez.

Marcelo Ebrard requiere un corte radical del cordón umbilical que lo separe de López Obrador y Manuel Camacho, y le permita dirigirse a las tribus perredistas como el jefe de Gobierno sin padrinos ni cuotas que pagar. De no tener las agallas para llevar a cabo este tipo de proyecto político, Ebrard seguirá siendo el vocero de un candidato derrotado y la sombra de otro político fracasado. Más allá de si el jefe de Gobierno reconoce a Felipe Calderón como Presidente, lo que sí es cierto es el hecho de que Marcelo Ebrard está hoy ante la disyuntiva de aceptar la realidad política y decidirse a actuar sobre ella, o mantenerse como un administrador sometido a las frustraciones de un pasado que no le corresponde más.

Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo

ESTA NOTA PUEDES ENCONTRARLA EN:
http://www.reforma.com/editoriales/nacional/726880/

Fecha de publicación: 12-Ene-2007

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Sunday, June 17, 2007

Más que gobernante, Marcelo parece jefe de facción o pandilla

Itinerario Político
Ricardo Alemán
El Universal

Domingo 17 de junio de 2007

Ridículo intercambio epistolar, cuando lo que se pide es sensatez

Durante las siete décadas que el PRI gobernó el país, y el Distrito Federal por extensión, los políticos y gobernantes de ese partido hicieron lo que creyeron pertinente -además de lo que quisieron- a partir de una concepción ideológica que se amparaba en la Revolución mexicana. En contrapeso a esos gobiernos -buenos o malos- nacieron las fuerzas opositoras de la derecha y la izquierda, respectivamente.

Desde hace por lo menos tres décadas, cuando el PAN empezó a gobernar desde los espacios municipales, estatales y desde hace siete años a nivel federal, los políticos y gobernantes de ese partido también hicieron lo que creyeron pertinente -y también lo que les vino en gana- a partir de la concepción de la derecha partidista. No son pocos los casos en que la izquierda y el PRI se escandalizaron por los abusos y excesos de esa derecha que, a pesar de todo, siguió creciendo hasta convertirse en poder a nivel federal.

Y cuando el PRD comenzó a gobernar municipios, estados de la Federación y la capital del país, la derecha y el PRI también cuestionaron que gobernantes y políticos de ese partido hicieran lo que creyeran pertinente -y también lo que les dio la gana- a partir de la concepción ideológica de la dizque izquierda -y la despenalización del aborto es el caso más reciente-, lo que le ha ganado severas críticas de la derecha ideológica y partidista.

En los tres casos -con más o menos experiencia, y en mayor o menor tiempo- los tres grandes partidos políticos mexicanos han intentado llevar a sus respectivos gobiernos sus peculiares concepciones ideológicas, sus intereses de grupo, y siempre han encontrado contrapesos, críticas y posturas contrarias.

Hoy, en el gobierno de la capital del país, el señor Marcelo Ebrard jefatura una administración envuelta en una fuerte polémica por los modos y las responsabilidades de gobierno, que responde claramente a un proyecto de largo aliento, que se dice de izquierda, y que se cuestiona por la complacencia con grupos sociales e intereses que sirven a su causa o a su grupo político. Eso no debiera sorprender a nadie, en tanto que el resto de fuerzas políticas, y sobre todo el PAN y el PRI han hecho y hacen lo mismo, obedecen a sus intereses de grupo y a sus causas partidistas.

Sociedad caprichosa

El problema, en todo caso, parece estar en los gobernados, en esos millones de ciudadanos de a pie que en uno o todos los órdenes de gobierno -como es el caso de los habitantes del Distrito Federal- han probado a los gobiernos del PRI, del PAN y del PRD, respectivamente; han entendido el valor de la pluralidad y la alternancia, pero también sus costos.

En la capital del país -como en muchas otras entidades federativas-, en los niveles municipal y estatal se han alternado PRI, PAN y PRD, en tanto que a nivel federal han gobernado el PRI y el PAN.

Los capitalinos saben de qué están hechos cada uno de esos partidos y sus respectivos gobiernos. Más aún, en la más reciente década los habitantes del Distrito Federal han votado mayoritariamente por los candidatos del PRD para ocupar los cargos de jefe de Gobierno, jefes delegacionales y diputados a la Asamblea Legislativa. Resultaría largo, tedioso y hasta complicado analizar las razones por las que el partido "negroamarillo" sigue estando en la preferencia de una importante mayoría -más de 50%- de los capitalinos.

Pero lo que de plano parece no tener explicación es que esos capitalinos que desde 1997 votaron de manera abrumadora contra el PRI y todo lo que significaba ese partido, en 2006 hayan votado por el regreso de ese PRI, revestido con el negro y amarillo del PRD, pero que en el fondo fue el mismo que gobernó en el cuestionado régimen del salinato.

¿Cuántos de los votantes que echaron al PRI del DF en 1997 votaron a favor de Marcelo Ebrard en 2006? ¿Y cuántos de esos hoy critican que el jefe de Gobierno tolere los plantones, bloqueos, marchas, movilizaciones que paralizan la ciudad? Más todavía: ¿cuántos de quienes se ven afectados en su libre tránsito, su trabajo, sus derechos básicos -a causa de los plantones y bloqueos- justifican a ultranza las movilizaciones, antes que reconocer que el jefe de Gobierno no es lo que creían y lo que querían?

Ni modo, habremos de reconocer que tenemos el gobierno que nos merecemos en el Distrito Federal.

Marcelo, el caprichudo

Todos hemos visto, leído o escuchado al jefe de Gobierno cuando dice que su administración no va a "reprimir" a los manifestantes; cuando en un ridículo intercambio epistolar defiende ante los hombres de Calderón el derecho legítimo de una minoría de manifestantes, minoría que de manera cotidiana fastidia la vida a una abrumadora mayoría. Pero pocos, muy pocos se han dado a la tarea de indagar o recordar cuál era la forma en que en el sexenio 88-94 el gobierno del regente Manuel Camacho y su secretario de gobierno, Marcelo Ebrard, reprimía las marchas. Si ya se les olvidó a los perredistas, ese fue el sexenio del "exterminio", cuando el salinato intentó aplastar al PRD y a la izquierda. En esos años Marcelo Ebrard no creía que buscar el justo medio entre el derecho de los manifestantes y el de los terceros afectados era "reprimir". No, entonces el gobierno al que pertenecía reprimía sin más, a secas.

Queda claro que no es un asunto de ideología, de conciencia en el ejercicio del gobierno, sino de pertenencia de grupo. Ayer, en 1988, el señor Ebrard pertenecía a un grupo político para el que el PRD y la izquierda "eran un peligro". En ese tiempo actuó en consecuencia con ese grupo y con los intereses de su jefe, el señor Manuel Camacho, quien a su vez respondía a los intereses de su propio jefe, que era el señor Carlos Salinas. Hoy, Marcelo Ebrard ha cambiado de jefe. El nuevo jefe se llama Andrés Manuel López Obrador. Y las movilizaciones de la CNTE en el Distrito Federal son parte del armado estratégico de AMLO contra el gobierno de Calderón. Y como buen subordinado, leal al nuevo jefe, el señor Ebrard se avienta la puntada de que "no va a reprimir". Si la realidad no se ajusta a los intereses del gobernante, peor para la realidad. Gobierno caprichudo.

Leyes a contentillo

Pero existe un detalle que todos perciben, pero que muchos se niegan a ver. ¿Dónde está la mayor reserva de adeptos del PRD y de votos para sus candidatos a puestos de elección popular? Algunos dirán que en Michoacán, otros que en Zacatecas, los más ilusionados podrán decir que en la casa de descanso del "legítimo", en Baja California Sur. Pero no, es el Distrito Federal. Luego del "invento" del fraude que montaron en el PRD la noche del 2 de julio, a quien afectaron con el bloqueo del corredor Reforma-zócalo no fue a los habitantes de Michoacán, Zacatecas o de las bellezas marítimas de Baja California Sur. No, la afectación fue a los ciudadanos del Distrito Federal.

¿A quién afectan los manifestantes de la CNTE? A los habitantes del Distrito Federal, a los ciudadanos que le dieron el mayor número de votos al PRD y a sus candidatos, a los que llevaron al gobierno al señor Marcelo Ebrard. El fondo del debate respecto al derecho que tienen los manifestantes de la CNTE y el resto de los ciudadanos que ven afectadas sus libertades básicas con los bloqueos y plantones no es sólo un asunto de leyes -como se quiere hacer ver en el ridículo intercambio epistolar entre los señores Ebrard y Lozano, en donde por cierto el jefe de Gobierno resultó apaleado-, sino de responsabilidades, tanto de un gobernante como Ebrard, como de un político del PRD, que se dice de izquierda y que le debía un respeto elemental a sus muchos simpatizantes.

Marcelo Ebrard no se comporta como gobernante de todos los ciudadanos del Distrito Federal -que son los mandantes a los que se debe-, sino como jefe de una facción y hasta de una pandilla. Nadie le pide que reprima ninguna expresión social, sea o no de simpatizantes de su causa. Pero son muchos los que le reclaman que se comporte como el gobernante que debiera ser, el que protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan; que interceda por los derechos de todos, no sólo los de sus amigos y aliados de su jefe. Pero pedir eso es mucho pedir. ¿A quién se le ocurre pedirle peras al olmo? ¿Por qué la pregunta? Porque en el fondo de todo el asunto asistimos a la confirmación de que Marcelo Ebrard es un político congruente.

Sí, aunque usted no lo crea. El Marcelo Ebrard del sexenio 88-94, al que le valían un pito los derechos de los capitalinos, es el mismo Marcelo Ebrard de 2007, corregido y aumentado, porque ahora es jefe de Gobierno y en aquella fecha era secretario de gobierno. Las leyes son a contentillo, y la responsabilidad a capricho.

Rencor social

No nos vamos a meter aquí a la discusión sobre las bondades o las perversidades de la nueva Ley del ISSSTE. Como ya se dijo arriba, cada gobierno municipal, estatal o federal hace, en su tiempo, lo que cree que es correcto o lo que le conviene, según sean sus percepciones partidistas. Si en lugar de Felipe Calderón, en la presidencia de la República estuviera el señor López Obrador, la respuesta a la quiebra del ISSSTE habría sido otra, y los cuestionamientos podían venir de otros sectores, en tanto que los simpatizantes de AMLO estarían diciendo que salvaron a la patria. Igual que ahora lo dicen los simpatizantes de Calderón. Lo que haga un gobierno de derecha, como el de Calderón, nunca será aceptado por la respectiva izquierda. Y lo que haga un gobierno de izquierda nunca será aplaudido por la respectiva derecha opositora.

El problema no está en la Ley del ISSSTE, sino en la estrategia política de los derrotados de la llamada izquierda. Nadie pone en duda el derecho que tienen los maestros de la CNTE de manifestarse y protestar contra lo que les plazca, incluso contra su deficiente desempeño, si así lo quisieran. El asunto de fondo es que se trata de una organización aliada del candidato presidencial derrotado que le apuesta a reventar todo lo que haga el presidente Calderón, sea bueno o malo.

Y es precisamente en ese terreno donde la legitimidad de la protesta se viene abajo. Si se les pregunta a los manifestantes sobre la razón de su protesta, en su mayoría no saben nada de esa nueva ley, o simplemente balbucean incoherencias. Y es que en el fondo, lo que se exacerba en ese grupo de manifestantes es el rencor social -cuyo origen puede o no estar justificado- y que puede ser comprobado por quienes han tenido la suerte -mala suerte, por cierto- de enfrentarlos. Es un rencor social que también se explota entre los grupos de manifestantes que un día sí y otro también arman la gritería en los eventos de Felipe Calderón.

Un ejemplo de esto último se puede comprobar en el Confabulario de EL UNIVERSAL (sábado 16 de junio de 2007), en la columna "La Silla Eléctrica". Van unos párrafos para documentar el optimismo: "Los encargados de ´La Silla Eléctrica´, curiosos como somos, asistimos el miércoles pasado a la inauguración de la muestra Frida Kahlo (1907-2007). Tropezamos de pecho a barriga con las vallas, los cascos y toletes de la Policía Federal Preventiva, y también con el rencor social de una izquierda cavernaria dirigida por el no menos cavernícola Gerardo Fernández Noroña. El resultado fueron varias horas de horror; un temible cordón de seguridad rodeaba Bellas Artes, y otro temible cordón de contingentes organizados de la ´resistencia civil legal y pacífica´ impedía el paso de los invitados, llamándolos -de manera civil, legal y pacífica- ´burgueses´, ´cucarachas´ y ´lamegüevos del espurio´.

"Para estos contingentes, por cierto, no había crimen mayor que usar corbata y traer en la mano la invitación de la muestra. ´¡Frida era comunista, pinches lambiscones!´, vociferaban de manera civil, legal y pacífica los enardecidos lopezobradoristas. Los verdugos vimos con estos ojos que se han de comer los gusanos, cómo a un reportero de este diario se le impidió el paso a empujones. Sencillamente las huestes de Gerardito no lo dejaron pasar. Cuando esgrimió su derecho al libre tránsito, fue calificado de ´burgués hijo de tu chingada madre´".

Otro tanto ocurrió el pasado lunes durante el primer concierto del virtuoso chelista Yo Yo Ma, también en Bellas Artes, donde el pecado de una buena parte de los asistentes fue vestirse para la ocasión. Las huestes de Fernández Noroña les recetaron lindeces similares. El rencor social exacerbado.

Y es que esa estrategia, la de exaltar la lucha entre ricos y pobres, buenos y malos, no es más que una segunda parte de lo que ya vimos en los meses previos al 2 de julio. Hoy esos ciudadanos tienen un elemento adicional: el cuento del fraude. Lo curioso del asunto es que a pesar de que son cada día más las evidencias de que las movilizaciones contra la Ley del ISSSTE, los actos de Calderón, así como los boicots contra la presentación de libros y conferencias son un montaje con fines políticos, aún son muchos los ciudadanos que los justifican. Y nadie ha respondido una pregunta clave: ¿quién financia esos movimientos?