Sunday, November 18, 2007

Marcelo el constructor

Por: Pepe Grillo Opinión Lunes 1 de Octubre de 2007 Hora de publicación: 01:34

Que hay más de 90 proyectos de construcciones para la ciudad.
Que son 15 y se analizan 10.
Que serán edificios comerciales, habitacionales, hoteles, plazas.
Que el DF será la ciudad de los rascacielos.
Pero si la inversión es privada ¿por qué la promueve Marcelo Ebrard?
¿Ahora facilitan negocios de los grandes constructores?

¿Y las casitas para pobres?
Los rascacielos de Ebrard se levantarán por toda la ciudad.
En Cuajimalpa, Azcapotzalco, Gustavo A. Madero, por Reforma, Insurgentes, el Periférico, el Circuito Interior.
¿Y el uso de suelo y los bandos de López Obrador que prohibían torres en la ciudad?
Ebrard ordenará a la ALDF el cambio fast track de las leyes.
Harían casas para los pobres, ¿ahora es mejor hacer torres de los ricos?

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Marcelo: ¿nace un líder?

Ambulantes, ¿el triunfo o el Waterloo de Marcelo Ebrard?

El PRI colonizador del PRD combate a lo que queda de la izquierda

Derribado lo que sería el símbolo de su administración como jefe de Gobierno del Distrito Federal —la mal llamada torre Bicentenario— ese “animal político” que es Marcelo Ebrard dio un “salto mortal” espectacular para colocar el “rescate del centro histórico” como el nuevo emblema de su gestión y uno de los primeros logros reales de su joven administración.

Y, en efecto, Marcelo debió pagar de manera momentánea el costo político-electoral del siempre rentable clientelismo del ambulantaje callejero y decidió caminar por el sendero de la “reconciliación” con la ciudad capital y con sus habitantes. En realidad, Marcelo Ebrard cometió uno de los grandes aciertos en los primeros 11 meses de gestión —porque, igual que los errores, los aciertos también se cometen— y rescató para la ciudad y para sus habitantes el centro histórico. Lo impensable, acaso lo imposible —sin violencia y a partir de la negociación y el acuerdo— se hizo realidad.

Hoy el centro histórico —el llamado perímetro “A”— luce sin los vendedores ambulantes que lo habían convertido en territorio privado para la vendimia y para el control clientelar de líderes y partidos políticos. Pero siempre generoso, el rescatado centro histórico de la capital del país hoy servirá para otra causa, también político electoral; para la causa de Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno que en ese símbolo prehispánico y colonial preparará las fiestas del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución ; el lucimiento de la gestión de Ebrard.

Golpe político y mediático que ya hoy coloca al jefe de Gobierno como un eficaz negociador y como un político de altos vuelos. ¿Quién puede escatimar hoy el valor y la trascendencia de las negociaciones y los acuerdos que dejaron al centro histórico limpio de ambulantes? Nadie, ni los más severos críticos de Ebrard, ni los malquerientes. Bueno, ni siquiera sus adversarios políticos. En el fondo, Ebrard logró lo que no consiguió su antecesor en el gobierno, su tutor y promotor como hombre de la izquierda mexicana; rescatar para los ciudadanos el centro político y simbólico del país.

¿Waterloo?

Pero como toda gran apuesta política, el rescate del centro histórico también tiene grandes riesgos. Y no les falta razón a quienes calculan que por lo complejo del problema social, político y económico del ambulantaje, el éxito momentáneo del jefe de Gobierno se puede convertir en un sonoro fracaso, en un gran fiasco que pudiera terminar en la tumba política para las aspiraciones presidenciales del jefe de Gobierno. Los acuerdos políticos, las negociaciones y los pactos —como los que hicieron posible la salida negociada o pactada de los ambulantes del centro histórico— no tienen “palabra de honor” y menos límite de caducidad. Se romperán en el momento en que se modifiquen las variables que los hacen posibles.

¿Hasta cuándo se mantendrá el precario equilibrio entre el interés de los líderes de los ambulantes (y de los propios vendedores), el de los liderazgos del PRD que viven de esa clientela electoral, de los anteriores intereses, y el de Marcelo Ebrard, que se mueve en ese estrecho margen de la política, la popularidad y la urgencia de aparecer como un gobernante eficaz? El equilibrio de esa delicada ecuación no resulta fácil y nadie puede garantizarlo. Más aún, ante la precaria situación política de Marcelo Ebrard, son más las posibilidades reales de que se rompa dicho equilibrio que las de mantenerlo. ¿Por qué?

Porque en el fondo, Marcelo Ebrard es un jugador solitario. Todos saben que es uno de los más acabados productos del PRI viejo —del neoliberalismo salinista— impuesto con “calzador” a la izquierda del PRD, sin corriente o “tribu” que lo acompañe y lo arrope, y aliado a lo más cuestionable del partido amarillo: a la corriente de los Bejarano y compañía.

El único capital político real con que cuenta Marcelo Ebrard —y que no resulta un capital menor, frente a las circunstancias— es su ratificada “lealtad” a su promotor y mentor en las lides de la izquierda amarilla: Andrés Manuel López Obrador. Pero la realidad es muy terca; frente a sí tiene a tres formidables adversarios, su ex partido, el alicaído PRI del DF; a un importante sector del PRD, la corriente de Los Chuchos que controlan la Asamblea Legislativa y, por si hiciera falta, al gobierno federal.

En realidad el margen de maniobra para el jefe de Gobierno resulta harto limitado. Por el momento no puede recurrir al “parricidio político” —como en su momento hizo AMLO— porque se quedaría aislado en el PRD y porque amplios sectores sociales de la capital del país le darían la espalda con el sambenito de “traidor”. Por esa misma razón tampoco puede aliarse a Los Chuchos, y menos al gobierno federal. Sólo le queda la ruta de cuestionables alianzas con los Bejarano y, claro, con su jefe, López Obrador, quien trabaja para su causa personalísima, no para la de Marcelo Ebrard. Y eso lo sabe bien el jefe de Gobierno.

El atajo para un líder

Pero existe un “atajo” que conoce bien Marcelo Ebrard y para el que está convenientemente capacitado; esa mezcla rara de espectacularidad mediática y eficacia de gestión. Y eso, aquí y en todo el mundo se conoce como “la construcción de un líder”. ¿Alguien se ha detenido a comparar los programas sociales de Ebrard y de AMLO? ¿Alguien ha pulsado eficacia de gestión del actual y el anterior jefe de Gobierno?

Sólo tres datos. López Obrador tuvo para sí todo el control de la Asamblea Legislativa , y echó abajo las leyes para despenalizar el aborto y la de Sociedades de Convivencia —demandas fundamentales de la izquierda mexicana—; se propuso el rescate del centro histórico, con una impensable alianza con el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, pero poco o nada hizo para sacar a los ambulantes, una clientela que siempre cultivó. Y su gran logro social y mediático: el reparto de dinero para los adultos mayores, que lo colocó en las nubes de la popularidad, a pesar de las severas críticas, incluso de su propio partido.

Marcelo Ebrard, sin la Asamblea Legislativa de su lado, capitalizó la despenalización del aborto y la Ley de Sociedades de Convivencia —que en rigor fueron méritos de Los Chuchos— impulsó las ayudas económicas a estudiantes destacados, familias con hijos discapacitados o con habilidades distintas; dinero a estudiantes de preparatoria y, recientemente, el novedoso seguro de desempleo, que no es más que otra expresión del populismo. Pero, además, expropió espacios al crimen organizado —a los vendedores de partes automotrices— y ahora limpió de ambulantes el centro histórico. ¿Qué quiere decir todo lo anterior?

Poca cosa. Que sin pagar el costo de una ruptura política con su mentor, López Obrador, el señor Marcelo Ebrard va por la popularidad de aquél, además de que en casos como el del aborto y las sociedades de convivencia lo rebasa por la izquierda y hasta se atreve, en un verdadero “salto mortal”, a combatir a las bases clientelares que en la capital del país le dieron sustento a su antecesor, y que alimentan en buena medida los mítines y las arcas económicas de sus aliados en el partido amarillo. En pocas palabras, Marcelo Ebrard, nos guste o no, ha resultado más habilidoso que su promotor. ¿Lo será en la recta final?

Guerra intramuros

La gran pregunta es: ¿en qué momento Marcelo Ebrard romperá con Andrés Manuel López Obrador? Son muchos los que creen que el actual jefe de Gobierno del Distrito Federal será “leal” a López Obrador hasta el final de su gestión, por allá de 2010. Y pueden tener razón, porque si algo tiene el señor Ebrard, es que no es un “suicida político”. Si en el momento adecuado —entre 2010 y 2011— Marcelo Ebrard percibe que no logró construir el liderazgo que se ha propuesto desde que llegó al gobierno capitalino, no cabe duda que apoyará de manera decidida a AMLO. De esa manera, y mostrada a toda prueba su lealtad, sin duda que será uno de los hombres clave para el tabasqueño.

Pero ese en realidad sería el plan B o quizá hasta el plan C de Marcelo. La prioridad del jefe de Gobierno es una candidatura presidencial para 2012. Por eso, y porque dentro del PRD está lejos de tener una corriente propia y aún más lejos de ser visto como un verdadero hombre de izquierda, no tiene más remedio que “sumarse a la corriente”. ¿Y cuál es esa corriente? Pues la de AMLO y la de sus aliados: los Bejarano, los Batres, las Amalia García, entre otros.

Si Marcelo Ebrard rompe con AMLO, estará solo —como ya lo dijimos— y sus posibilidades de buscar una candidatura presidencial se verán reducidas al mínimo. Por eso, en la lucha por el control del partido —disputa que ya inició y que tendrá su momento estelar en marzo de 2008— estará del lado de AMLO, de los Bejarano y los Amalios, y contra Los Chuchos. Es decir, se suma al grupo que pretende derribar a Nueva Izquierda —secta que al mismo tiempo es adversaria de AMLO y de Ebrard— porque es la ruta que le garantiza no sólo la sobrevivencia política dentro del PRD, sino la permanencia de sus objetivos.

Y es que Marcelo Ebrard sabe que su Jefatura de Gobierno en la capital del país es el único centro de poder real que tiene el grupo al que pertenece —el de AMLO, los Bejarano y compañía— lo cual lo coloca como jefe de potenciales tribus, incluso por encima de su tutor, quien tiene la imagen y la popularidad, pero no los recursos económicos para alimentar esa imagen y esa popularidad.

En esa lógica, es más rentable para Marcelo Ebrard combatir a Los Chuchos —la renta es política y de imagen— porque en caso de una hipotética alianza con Nueva Izquierda el suyo, el del GDF, sería un poder real pero dentro de una cerrada competencia con otros poderes reales como las jefaturas del Congreso y de la Asamblea que tienen en sus manos los amarillos de Nueva Izquierda.

El control del partido

Por eso Ebrard se ha colocado en la primera línea de combate —como el primer soldado— en la lucha que ordenó su jefe López Obrador contra Los Chuchos en la contienda para ganar la dirigencia del PRD. Y en este caso los amarillos nos ofrecen una estampa histórica e increíble que sólo es posible ver gracias al privilegio de conocer la política mexicana. ¿Quién, entre 1988 y 1994 hubiese imaginado que un priísta-salinista como Marcelo Ebrard se hubiese convertido en promotor del ex comunista y perredista Alejandro Encinas?

Más fácil: ¿quién, en los tiempos de la persecución de la izquierda y del PRD que emprendió el salinismo, hubiese imaginado que los perseguidores de esa izquierda y de los amarillos, hoy se pudieran convertir en los promotores de un comunista como Alejandro Encinas?

Sin duda que las anteriores interrogantes tienen muchas respuestas, pero también es cierto que una de ellas, acaso la más pragmática, es que el PRD de hoy nada tiene que ver con el PRD de su origen y menos con la izquierda mexicana. Igual que ocurrió con el gobierno panista de Vicente Fox, que no tenía nada del panismo de origen, en el PRD se vive una lucha de poder por el poder, en donde lo que menos importa es la cuestión ideológica.

Como ocurrió con el PAN en el poder, en el PRD se vive una colonización del PRI, de sus viejas prácticas y de su rancia cultura, y hasta de sus hombres, que luchan por el poder, no contra la derecha o contra la izquierda, sino contra otras expresiones del viejo PRI.

En esa lucha, la de un sector del PRI incrustado en el PRD, contra otro sector del PRD —acaso el más cercano a la izquierda histórica— se da la batalla que ordenó López Obrador contra sus otrora leales, los señores de Nueva Izquierda. En esa lucha, todo aquel que piense con cabeza propia, que disienta del tabasqueño o de su proyecto, debe ser bautizado como “traidor”. Y esa es la calidad que le han endilgado los propios perredistas adictos a AMLO a Los Chuchos, políticos que por supuesto no son hermanas de la caridad ni bebés de pecho, pero a los que por lo menos se les debe reconocer que piensan con cabeza propia, que pugnan por un proyecto que intenta acabar con la colonización del PRI en el PRD.

A partir de esa “guerra sucia”, el primer objetivo del PRI que colonizó el PRD es precisamente la Asamblea Legislativa , a cuyos líderes identificados con Los Chuchos, se pretende desprestigiar al tiempo que se prestigia la imagen de Marcelo Ebrard como el gobernante capaz de limpiar el centro histórico. No es casual que al tiempo que el jefe de Gobierno se lleva el aplauso generalizado por la “hombrada” de limpiar de ambulantes el centro histórico, en el salón plenario de la Asamblea los leales a Marcelo Ebrard —Agustín Guerrero, el hombre de Bejarano— rompan lanzas contra Víctor Hugo Círigo, el jefe de la bancada del PRD en la Asamblea Legislativa.

Los hombres de Bejarano tomaron la tribuna para denunciar a Círigo porque supuestamente coquetea con la horrible derecha. Y se les olvida a los leales de Bejarano que ayer, en el gobierno de AMLO, echaron abajo leyes como la despenalización del aborto y las sociedades de convivencia, y avalaron la alianza del entonces jefe de Gobierno con el cardenal Norberto Rivera —y la entrega de predios a la Iglesia católica— en una grosera alianza de ese gobierno dizque de izquierda, con la derecha. En el fondo, la pelea en el PRD es por el poder, y los peleoneros están en el PRI incrustado en ese partido y en la derecha de la llamada izquierda. Y creen que los ciudadanos nos chupamos el dedo.

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¿Por qué no decias nada Marcelo durante todos los años que perteneciste al PRI?

En el IPN, Ebrard condena a Díaz Ordaz y afirma que “los gobiernos de derecha” temen a los jóvenes

Nayeli Gómez C. 24 de Octubre de 2007 Hora de publicación: 09:07

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El mandatario capitalino, Marcelo Ebrard, arremetió contra el gobierno del ex presidente de México Gustavo Díaz Ordaz y lo llamó “conservador pusilánime y autoritario”, al referirse a la represión estudiantil de 1968.

En las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional (IPN), frente a un auditorio de estudiantes de nivel medio superior, Ebrard Casaubon manifestó: “¿Por qué se llegó a la masacre del 68? Por el predominio de esta mentalidad conservadora, timorata, mediocre, pusilánime y autoritaria, porque prefirieron usar la fuerza que dialogar con esa generación”.

Señaló que fueron los jóvenes de 1968 quienes impulsaron los grandes cambios democráticos del país y hasta de la ciudad y aseguró que sin esos cambios no habría sido electo.
“De no haber sido electo como jefe de gobierno tendríamos a un ayudante de Los Pinos en el gobierno de la ciudad”, expresó.

Y agregó: “Una forma conservadora, timorata y hasta, a veces, autoritaria, que piensa que los jóvenes son peligrosos, porque son críticos, porque son rebeldes, porque son honestos, porque tienen ideas nuevas y porque se atreven a soñar”.

En su discurso rechazó que sus políticas sociales estén encaminadas a una próxima elección.
Recordó el Programa de Adultos Mayores: “Fue una de las primeras instituciones de bienestar social de los países europeos hace 40 años y la derecha se escandalizó y dijo ¡qué bárbaros! Se rasgaron las vestiduras, y este programa hoy lo copian en todos lados, pero finalmente tomaron el programa y otros programas”.

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