El año de la rata I
El domingo estaba platicando con una amiga de la dichosa ley antitabaco que me tiene los pelos de punta. He de reconocer (con poquis vergüenza) que recaí en el tabaquismo. Sé que no es algo de lo que deba ufanarme, y sé que en cierta medida es justo que se legisle para que los no fumadores no se vean afectados por la cantidad de volcanes móviles que deambulamos por ahí (aunque viviendo en esta ciudad, sé por estadística que el daño que hace a los fumadores pasivos el humo del cigarro es mínimo comparado con otros tóxicos que hay en el ambiente). Mi argumento era que sería genial que los legisladores estuvieran dispuestos a destinar parte del erario público en financiar tratamientos para que las personas dejen de fumar (en vez de llenar de hoyos las calles). ¿Qué no saben que es un vicio? ¿Qué no saben que un vicio es una enfermedad?
Justo en esas divagaciones andaba cuando salí de mi departamento a las tres de la tarde para hacer diligencias de rutina: pagar deudas, ir a la estética, a comer con mi madre y al supermercado. Iban a dar las ocho de la noche cuando entré de nuevo en mi hogar y me topé con la desagradabilísima sorpresa de que todo en mi casa estaba patas arriba. No había una sola prenda de ropa en su lugar, no había estéreo, ni dvd, ni ipod, ni discos, ni películas, ni una sola joya, ni dinero.
Mi caso no es aislado, lo sé. Y es eso lo que más me molesta. Que somos muchos quienes sufrimos las inclemencias de esta ciudad ingobernable y que pululan como plaga los malandrines (y sé que lo que diga al respecto se ha convertido hace mucho tiempo en un lugar común).
Ustedes se preguntarán que por qué destino este espacio a emitir mi denuncia (“si total, no recuperará nada”, pensarán, y tienen razón). Pues finalmente esta columna habla de relaciones. Y hoy estoy exponiendo mi débil relación con las personas que supuestamente trabajan para que los ciudadanos tengamos una vida tranquila (de mi relación con las ratas, ya ni hablamos).
En pleno día domingo, unas personas entraron a un inmueble y además de llevarse cuanta cosa quisieron, cometieron el brutal crimen de penetrar en mi intimidad, de leer mis diarios, de llevarse una colección de discos autografiados (cada quien sus ídolos, ¿no? A mi me tomó 10 años que mi cantante favorito me firmara todos sus discos) y de echar a perder por gusto, documentos importantes.
Así es: mientras en China celebran con bombo y platillo que este es el año de la rata, en este país llevamos mucho tiempo sobreviviendo al año de LAS RATAS. Que son muchas, que están mejor organizadas que la policía y que se saben 100% seguras en esta ciudad donde la aplicación de las leyes es frágil como barquito de papel.
El performance subsiguiente al desagradable incidente, es algo que se podrán imaginar: 45 minutos en el teléfono de “emergencias” tratando de que contesten: “esta extensión no está disponible, por favor intente más tarde”, “seguridad pública está con usted, en breve será atendido”; policías que llegan a dar tres mil indicaciones en un idioma que nadie (creo que ni ellos mismos) comprende, preguntas y más preguntas. “Levante acta, señorita”, me dijo uno de los oficiales, “es su obligación como ciudadana”. Y por supuesto que lo hice (no obstante que me costó, a mí y a mi familia, estar sentados hasta la madrugada esperando ser atendidos). Lo peor es que lo hice a sabiendas de que no podré recuperar mis objetos; y peor que eso, me costará mucho trabajo recuperar mi tranquilidad.
Curiosamente, en mi periodo de espera en el MP, recordé que hará cosa de diez días, en la colonia Cuauhtémoc, una señora de mediana edad —bastante guapa— se hizo de palabras con el tipo de la grúa que pretendía llevarle su vehículo al corralón. La señora perdió los estribos (desconozco si en uso de su derecho o no) y lo increíble es que en menos de 30 segundos aparecieron OCHO PATRULLAS con policías armados hasta las orejas que la amenazaron como si fuera la líder de una banda de delincuentes. Yo no digo, por supuesto, que la dama en cuestión haya hecho lo correcto, pero no deja de sorprenderme la rapidez de las autoridades en una situación así, y la ineficiencia de las mismas cuando hay personas que son víctimas de la delincuencia en cada tramo de esta ciudad.
¿Lo irónico? Debo estar agradecida de que salí ilesa, (me lo dijo incluso una queridísima amiga que hace meses fue víctima de lo mismo y tuvo la desventura de ver cara a cara al maleante).
El susto ya se me pasó y sé que la mayoría de las cosas materiales volverán. Pero lo que realmente quisiera es que en este país dejara de celebrarse el año, el día, el minuto y el segundo de la rata. Que son muchos los que festejan y no hay brazo de la ley que les de alcance.
Esta chica está furiosa. Esta chica paga sus impuestos, divide la basura, cumple con las leyes y no compra piratería (y resulta que esta chica es más delincuente por fumar, que los delincuentes que roban, ¿no?). ¿Eso me hace una santa? Ni remotamente. Me hace simplemente una ciudadana que exige sus derechos. Esta chica se despide esperando encontrar el lado amable de todo la próxima semana. Y a las ratas inmundas: ¡@$%/)&$”$%&/(/)=)&•”!
P.D. Señores ratas inmundas, ¿serían tan amables de devolverme la información de mi iPod? Además de las canciones, contiene cosas irrecuperables que para ustedes carecen de valor y sentido. ¡Ay, qué ilusa! Las ratas no leen.
Violetta Verdú - 939
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