El dilema de Marcelo
Roberta Garza
2009-10-20•
2009-10-20•
Acentos
Es un poco injusto acusar a Ebrard de privilegiar a los manifestantes del SME sobre la cultura por haber retirado del Zócalo las carpas que albergan la Feria del Libro de la Ciudad de México. Vaya, lo mismo hubiera hecho si en vez de libros la feria ofreciera dulces típicos, y eso no quiere decir que el jefe de Gobierno prefiera la camorra que los jamoncillos, ¿no?
Pero la imagen es muy poderosa. Cajas de libros saliendo de la plaza para dar paso a puños cerrados y a cartelones de muy dudosa reputación: “Felipe, chinga a tu madre” y “Narcos, maten a Calderón”. El conjunto provocó la sensación de que la vida urbana y el bienestar de la ciudadanía fueron secuestrados por una causa escasamente popular y que el jefe de Gobierno se mostró muy raudo en complacer a la segunda sobre los primeros.
Quizá porque lo fue. Ebrard hizo lo correcto al remover la feria: hubiera sido un despropósito tener a miles de manifestantes iracundos conviviendo con tantos libros. Sin embargo, la delicadeza con que el jefe de Gobierno ha tratado a los sindicalistas —apuntándose para promoverles su controversia constitucional una vez que el Congreso pasara el asunto a eternizarse en comisiones; ofreciéndose a mediar entre el SME y el gobierno federal y exculpando al sindicato de la quiebra de la empresa, señalando en vez a su administración en una precisión que sería veraz sólo si México fuera un país con la limpieza institucional de, digamos, Noruega— llevó a su bancada de la ALDF a sentirse con la necesidad de aclarar que detrás de la defensa de lo indefendible está la preocupación de Ebrard por el futuro de los trabajadores, lo que me lleva a preguntarme si esa misma preocupación de genuino hombre de izquierda lo asaltó cuando le quitó a los pobres ambulantes del primer cuadro su fuente de trabajo, o cuando desalojó a los fayuqueros de Tepito de sus casas.
Porque no se puede chiflar y comer pinole: o le entramos a la erradicación de nuestras barbaridades institucionales históricas o no nos quejemos luego de las molestias que éstas ocasionan. Es imposible saber hasta qué punto Ebrard le teme al factor AMLO-SME y a su capacidad de paralizarle la ciudad, pero exculpar irregularidades, corruptelas y chantajes sólo cuando se cometen en los bueyes de mi compadre nos describe más a un oportunista político o a un medroso segundón que a una opción genuina de gobierno. Más pronto que tarde Ebrard deberá definirse claramente como lo segundo si no quiere ser catalogado, por default, como lo primero.
roberta.garza@milenio.com
Pero la imagen es muy poderosa. Cajas de libros saliendo de la plaza para dar paso a puños cerrados y a cartelones de muy dudosa reputación: “Felipe, chinga a tu madre” y “Narcos, maten a Calderón”. El conjunto provocó la sensación de que la vida urbana y el bienestar de la ciudadanía fueron secuestrados por una causa escasamente popular y que el jefe de Gobierno se mostró muy raudo en complacer a la segunda sobre los primeros.
Quizá porque lo fue. Ebrard hizo lo correcto al remover la feria: hubiera sido un despropósito tener a miles de manifestantes iracundos conviviendo con tantos libros. Sin embargo, la delicadeza con que el jefe de Gobierno ha tratado a los sindicalistas —apuntándose para promoverles su controversia constitucional una vez que el Congreso pasara el asunto a eternizarse en comisiones; ofreciéndose a mediar entre el SME y el gobierno federal y exculpando al sindicato de la quiebra de la empresa, señalando en vez a su administración en una precisión que sería veraz sólo si México fuera un país con la limpieza institucional de, digamos, Noruega— llevó a su bancada de la ALDF a sentirse con la necesidad de aclarar que detrás de la defensa de lo indefendible está la preocupación de Ebrard por el futuro de los trabajadores, lo que me lleva a preguntarme si esa misma preocupación de genuino hombre de izquierda lo asaltó cuando le quitó a los pobres ambulantes del primer cuadro su fuente de trabajo, o cuando desalojó a los fayuqueros de Tepito de sus casas.
Porque no se puede chiflar y comer pinole: o le entramos a la erradicación de nuestras barbaridades institucionales históricas o no nos quejemos luego de las molestias que éstas ocasionan. Es imposible saber hasta qué punto Ebrard le teme al factor AMLO-SME y a su capacidad de paralizarle la ciudad, pero exculpar irregularidades, corruptelas y chantajes sólo cuando se cometen en los bueyes de mi compadre nos describe más a un oportunista político o a un medroso segundón que a una opción genuina de gobierno. Más pronto que tarde Ebrard deberá definirse claramente como lo segundo si no quiere ser catalogado, por default, como lo primero.
roberta.garza@milenio.com
Labels: Andrés Manuel López Obrador, Centro Histórico, Deslinde, PRD, Zócalo