Leopoldo Mendívil / La Crónica
¿Se distancian AMLO y Ebrard?
18 de Diciembre de 2006
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Entre la Primera Guerra Mundial, cuando los submarinos comenzaron a estallar sus torpedos “bajo la línea de flotación” de los barcos enemigos, eso significaba hundimiento seguro…
Si a eso unimos el lenguaje de las peleas callejeras mexicanas en el sentido de que “si lo tiras, patéalo, pa’que no se levante”, el resultado es que quizás haya comenzado a decidirse el viernes pasado si Andrés Manuel López Obrador conserva el poder en el PRD, comenzando por esta capital, y si en algún momento futuro escucharemos otra frase célebre en las viejas monarquías europeas, cuando el luto embargaba a las cortes con el anuncio de que “el rey ha muerto. ¡Viva el rey..!”:
A 10 días de iniciar su gestión, el nuevo jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, instaló la instancia que operará durante su administración, bajo el nombre de Consejo de Competitividad de la Ciudad de México, la elaboración del plan de desarrollo económico, y convocó al empresariado capitalino a lograr que “el Distrito Federal alcance los niveles de desarrollo de ciudades como Nueva York, Londres o Shanghai”…
Un superanuncio, ¿no? Una visión que de alguna manera todos los capitalinos y el país entero hemos acariciado… Pero lograrla implica contar con el factor humano preciso y los únicos que tienen ese perfil por su capacidad económica de realizarla son los empresarios, los inversionistas, los emprendedores; la gente del dinero, pues…
Se suponía que siendo Ebrard lópezobradorista de cepa, no integraría a esa gente del mal a su proyecto pero, mire usted, el comunicado oficial sobre el Consejo de Competitividad dice que “dejó en claro que la administración capitalina no tiene ningún conflicto con el sector empresarial, y muestra de ello es su decisión de apoyar de manera decidida y firme todos los proyectos que sean productivos y generen empleos. Además, sostuvo que se concretará una alianza gobierno-empresarios, para lograr el bienestar de los capitalinos”...
Es, pues, un hecho que el primer torpedo ha impactado bajo la línea de flotación del, llamémosle, acorazado Pejemkim… Marcelo Ebrard presentó su estrategia económica de gobierno, que sería la primera etapa de su estrategia política hacia la candidatura presidencial para el 2012...¿por el PRD? Aún no se sabe. Dependerá de la estrategia —si logra diseñar alguna— de López Obrador para entonces, pero hay algunos otros indicios que es necesario considerar:
Prioridad económica triple A del proyecto ebrardista es crear empleos, pero no de cualquier clase sino de los mejores que el mercado laboral demande para poner al DF al nivel de Nueva York, Londres y Shanghai, urbes donde las empresas de servicios son ya las dominantes. Eso se logra sólo con dinero en grandes cantidades, y ese sólo lo tienen los grandes inversionistas nacionales y extranjeros; suyo o de los bancos a que tienen acceso. Pero para aceptar tales magnitudes necesitan toda la seguridad jurídica que pueda haber para proteger esas supermillonadas de dólares.
Es de suponer que Ebrard intenta convencer a los inversionistas, nacionales y extranjeros, de que la administración 2000-2006 del gobierno capitalino concluyó hace dos semanas, y que la suya no comparte diversas líneas políticas e ideológicas ni él en lo personal cultiva fobias contra los ricos que su antecesor cantaba incluso cuando trataba de abrirse el camino a la Presidencia de la República.
Samuel Podolsky Rapoport, secretario técnico del Consejo de Competitividad de la Ciudad de México, aseguró que la política de Ebrard es progresista de izquierda, o sea, como el que la monarquía española apoyó para impulsar la gran transformación económica de ese país…
Es más fácil imaginar a López Obrador convencido de enfrentar el peor compló de su historia, que entusiasmado con este anuncio de su sucesor, y temeroso de que haya comenzado a construirse el escenario para una obra que concluya con las palabras … “el rey ha muerto, ¡viva el rey..!
Joaquín López Dóriga en Milenio
En 1998 la juez Campuzano fue sancionada por liberar al “Chuky”, un homicida, argumentando que era “un moderno Robin Hood”. Con los años su defensor, Rodolfo Félix Cárdenas, el ahora procurador del Distrito Federal, la hizo Fiscal
La izquierda también perdió el Distrito Federal, su bastión base
Itinerario Político
Ricardo Alemán
10 de diciembre de 2006
La capital del país en manos de los ex salinistas que buscan el 2012
Una vez que las turbulentas aguas electorales regresan a su cauce y que se apaciguan los ánimos queda al descubierto, ante los ojos de todos aquellos que lo quieran ver, que el Partido de la Revolución Democrática no sólo fue derrotado en la contienda presidencial, sino en el que desde 1997 fue su más importante centro real de poder; el Gobierno del DF, donde si bien el voto ciudadano fue mayoritario a favor de las siglas de ese partido, lo cierto es que el nuevo gobernante, Marcelo Ebrard, en realidad representa al grupo político que combatió a la izquierda mexicana desde 1988.
El PRD "perdió ganando", porque el grupo político de Marcelo Ebrard es el mismo de Manuel Camacho, el mismo al que combatieron Cárdenas y el FDN -antecedente del PRD-, y que en 1988 fue el grupo político salinista que le arrebató a la mala el triunfo electoral a la izquierda mexicana. Esa era la desviación que cuestionó el fundador del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, ya que en el fondo, con la llegada de Marcelo Ebrard al gobierno del Distrito Federal, al perredismo le fue arrebatada "la joya de la corona" -mediante la colonización en ese partido de su otrora adversario-, que era el Gobierno del Distrito Federal, el segundo centro de poder más rico, influyente y el detonante de la fuerza político-electoral de ese sector de la izquierda mexicana.
Son muchos los que se enojan cuando se cuestiona esa otra derrota político-cultural del PRD, sobre todo los fanáticos del negro y amarillo, pero les guste o no, lo cierto es que la llegada de Ebrard al GDF es uno de los más severos golpes a la izquierda institucional, a la historia del PRD y, sobre todo, al futuro electoral de ese partido. ¿Por qué? Porque ese gobierno marcará el regreso de un influyente sector del viejo PRI al segundo centro real de poder más importante del país, luego del presidencial. Pero además, porque se inicia el proceso para enfilar a ese mismo grupo al poder presidencial, en 2012, sea por las siglas del PRD, sea por las de alguno de los otros partidos del Frente Amplio Progresista.
La traición
El pasado 23 de noviembre titulamos el Itinerario Político de esa fecha como "La traición que viene", en relación a que, rumbo a 2012, la candidatura presidencial por la izquierda institucional para esa aún lejana elección se disputará entre Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador. Dijimos: "Desde el 5 de diciembre de 2000 comentamos en este espacio lo que fue bautizado como "El Parricidio". Desde entonces nos referimos a las evidentes señales de que el nuevo jefe de Gobierno capitalino preparaba un "golpe de Estado" a su padre político, promotor y mecenas. Abundaron las voces que se negaban a ver lo evidente, que creían imposible que Andrés Manuel López Obrador fuera capaz de traicionar y aniquilar políticamente a Cuauhtémoc Cárdenas, el entonces líder moral del PRD".
Luego preguntamos: "¿Dejará escapar la posibilidad de alcanzar el poder presidencial para 2012 la dupla Camacho-Ebrard?" Y concluimos así: "Está claro que en política uno de los valores fundamentales, más preciados, es precisamente el de la lealtad. Pero también es una realidad de la política mexicana -y de todo el mundo-, que la lealtad llega hasta donde se cruza la posibilidad real de alcanzar el poder. Es decir, que la alianza de la dupla Camacho-Ebrard con el ex candidato López Obrador llegará hasta el punto en que los dos bandos disputen los espacios para la contienda presidencial de 2012".
Marcelo Ebrard ya despacha como jefe de Gobierno, y si bien en su mensaje de toma de posesión ante la Asamblea Legislativa refrendó su alianza con su jefe, promotor y mecenas, también se dieron las primeras señales de que para el nuevo gobernante del Distrito Federal lo que menos importa, de ahora en adelante, es el PRD, sus líderes y el señor López Obrador. La dupla Ebrard-Camacho tiene en la mano todo el dinero necesario para construir su candidatura presidencial, tiene todo el tiempo -seis años que son suficientes para construir a un candidato-, cuenta con un instrumento privilegiado para mantenerse en los reflectores mediáticos, cuenta no con uno, sino con tres partidos políticos para su proyecto político personal -porque la creación del Frente Amplio Progresista, que forman PRD, PT y Convergencia, fue un invento del camachismo-, y hasta tiene armas secretas para combatir a sus adversarios. Es decir, tiene acceso a los secretos del gobierno anterior, el de AMLO, que son una bomba de tiempo para destruir políticamente a quien pretenda ser un obstáculo para sus ambiciones.
La campaña
Y por supuesto que "la traición que viene" no se expresará de manera clara y abierta, porque Marcelo Ebrard no es tonto. Pero las primeras señales que envió con la integración de su gabinete -al incorporar en cargos fundamentales de su gestión a los desprestigiados grupos de René Bejarano y Martí Batres, entre otros magos del clientelismo-, hablan de la evidente construcción de una candidatura presidencial, más que de un proyecto encaminado a resolver los grandes problemas de los capitalinos. Por lo pronto, al aparecer las primeras señales de que Marcelo Ebrard inició su precampaña presidencial el mismo 5 de diciembre, ya se abrieron las primeras grietas entre las distintas tribus del PRD, sobre todo entre aquellos que lo combatieron como posible jefe de Gobierno.
Resulta que todo el aparato de control social y clientelar del gobierno capitalino fue entregado precisamente a los grupos de Bejarano y Batres, habilidosos estrategas de las peores prácticas del viejo PRI. Esos grupos estuvieron al servicio de López Obrador en la elección presidencial del pasado 2 de julio y ahora servirán a Marcelo Ebrard para sus fines electorales. Pero no fue todo, también mandó mensaje bastante claro, al dejar fuera de su gabinete al más poderoso de los grupos del PRD, el de Los Chuchos, ya que a uno de sus jefes, Jesús Zambrano, le ofreció la titularidad de una inexistente Secretaría del Trabajo, lo que fue interpretado por Los Chuchos como una exclusión. Por eso Zambrano renunció al cargo "de papel" y su grupo político pintó su raya frente al gobierno de Ebrard.
Debemos recordar que el grupo de Los Chuchos, a través de otro de sus jefes, Jesús Ortega, fue un duro adversario de Marcelo Ebrard en la lucha por la candidatura a jefe de Gobierno por el PRD. Desde los tiempos de esa contienda interna se advertía sobre el riesgo de que "la joya de la corona", el Gobierno del DF, le fuera arrebatada al PRD y a la izquierda. Pero a pesar de la protesta de muchos en ese partido, el entonces candidato presidencial único del PRD, López Obrador, se empeñó en que Marcelo Ebrard fuera el candidato al GDF y futuro jefe de Gobierno. ¿Por qué ese empecinamiento de AMLO? Porque el tabasqueño ya se imaginaba en el cargo de presidente de todos los mexicanos, y requería en el gobierno capitalino a un incondicional, a un leal de origen priísta, por sobre los políticos de origen perredista.
Regresa el PRI
Por increíble que parezca -y a pesar de que en su momento eran pocos los que tuvieron el valor de alzar la voz-, lo cierto es que AMLO fue el responsable de que uno de los grupos que impulsaron al salinismo y el fraude electoral de 1988 -el grupo de Camacho-Ebrard-, le arrebatara al PRD y a la izquierda el poder del GDF. Antes del 2 de julio eran muchos los que trataban de justificar la llegada de Ebrard al gobierno capitalino con un discurso simplista y hasta simpático. "No hay problema, al grupo de Camacho lo controlará desde Los Pinos el presidente López Obrador". El tiempo ha demostrado que del tamaño del error será el tamaño de la derrota.
Y es que si AMLO perdió la contienda presidencial, si el PRD perdió la batalla cultural por la democracia, está claro que perdió el gobierno capitalino, porque se dejó en manos del camachismo el poder más importante, la fuente más significativa de poder político y económico, además del mejor trampolín para acceder al poder presidencial en la contienda siguiente. Es decir, que debido a los cálculos equivocados de AMLO, el PRD regresó el gobierno del DF al grupo al que se lo arrebató en 1977. El PRI otrora vinculado a Salinas se forma en la fila para regresar a Los Pinos en 2012, gracias al PRD, a la colonización de ese sector del PRI hacia el más importante partido de la izquierda institucional, hasta desplazarla del más importante de los centros de poder real.
Y el mejor ejemplo de que las viejas prácticas clientelares, nada democráticas y patrimonialistas del viejo PRI ya están de regreso en el nuevo gobierno del DF, lo ofreció el propio Marcelo Ebrard, quien lanzó un primer mensaje, harto preocupante, al anunciar que el suyo no será un gobierno "para todos", sino sólo para los aliados. Durante su primer día de gobierno, en una gira por la delegación Iztapalapa, y ante los reclamos por la aguda carencia de agua potable en esa demarcación, el nuevo jefe de Gobierno enseñó talante y talento: "les vamos a bajar el agüita, para que vean lo que se siente", dijo, al anunciar que por sus pistolas -una suerte de rencor político y social-, reducirá el caudal de agua a la delegación Miguel Hidalgo -que es gobernada por el PAN y una de las que votó contra Marcelo-, para enviarla a Iztapalapa. Reaviva la pelea entre ricos y pobres.
En su concepción populista del poder, Marcelo Ebrard gobernará para los pobres, aunque haya dado muestras claras de su origen cuando hace apenas unos cuantos meses reunió en su boda a lo más selecto de los potentados. El mensaje de fondo es que el nuevo Gobierno del Distrito Federal nada tiene de izquierda, que es una reedición grosera del viejo PRI enmascarado con las siglas del PRD y los colores del negro y amarillo, que gobernará no para resolver los grandes problemas de la capital del país y de sus habitantes, sino con un timing político. "No habrá agua para los que no votaron por mi", es el mensaje de fondo. Es la reedición moderna del célebre Ramón Aguirre: "Los que no estén a gusto con mi gobierno, que se larguen". Los pobres como carnada electoral y la sanción a los adversarios, a los que quitará el agua, como un castigo "para que aprendan, para que vean lo que se siente". El populismo de cuño priísta.
Calderón y Ebrard
Pero no es todo. También en su primer mensaje como jefe de Gobierno, el señor Ebrard se refirió a la relación con el gobierno del presidente Calderón, al que semanas antes también había calificado como "espurio" y "pelele", y con el que al final de cuentas parece haber acordado un pacto de no agresión. Hoy se sabe que Marcelo Ebrard estableció contacto secreto con el nuevo Presidente, al que consultó las designaciones del procurador y el jefe de la policía del Distrito Federal. Calderón ratificó de inmediato a los dos funcionarios, en una misiva en la que aclara que Ebrard debió reconocer la legitimidad y legalidad del nuevo gobierno federal, para las designaciones respectivas.
En los hechos Ebrard debió tragar sapos y serpientes respecto a su postura frene al triunfo de Calderón y la legitimidad de su gobierno, y estará obligado a restablecer una relación de respeto hacia el nuevo Presidente. ¿Por qué no reconoce de manera pública y abierta que Calderón es el presidente legítimo y legal de los mexicanos? Porque no es tiempo para ello, porque no quiere cargar con el "sambenito" de "traidor" a la causa lopezobradorista. Pero en el fondo el nuevo jefe de Gobierno sabe bien que por razones políticas, presupuestales, estratégicas y de eficacia de su gestión, está obligado a trabajar junto con el nuevo gobierno federal. Si no aprendió la lección de que para un sector amplio de mexicanos no es bien visto un gobernante del DF que se enfrenta al Presidente, pronto lo aprenderá, porque sabe bien que la guerra de AMLO contra Vicente Fox fue un factor definitorio en la imagen del primero en las pasadas elecciones federales.
Mal comienzo
Por lo pronto el nuevo jefe de Gobierno empieza mal, muy mal, su gestión, ya que se enfrentó intramuros al más poderoso grupo político del PRD, lo que a la postre lo marginará de ese partido. Pero también tiene una mala, muy mala, relación con el PAN del DF, y no mantiene una buena relación con el PRI capitalino. Como si no fuera suficiente, empieza a pelear con un sector importante de los habitantes de la ciudad de México, con las clases medias, que pudieran verlo como uno de los suyos, pero que con las declaraciones delirantes como quitarles el agua para enviarla a los pobres, se gana el rechazo casi generalizado. Marcelo Ebrard es un político brillante, un ciudadano inteligente y visionario, y ha sido un opositor consistente, pero todo indica que el poder lo empieza a marear, a unos cuantos días de saberse en la antesala del poder presidencial. Es deseable que, por el bien de todos, regrese el político, el servidor público, el ciudadano y el hombre sensato y humilde que muchos conocimos hace no mucho tiempo. Al tiempo.
aleman2@prodigy.net.mx
Ebrard y el prematuro Comité de Campaña de su Partido de Estado
Por: José Carreño Carlón
7 de diciembre de 2006 Hora de publicación: 02:14
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Hay renglones menos torcidos —me escriben en respuesta al comentario de ayer— que conducen a la inevitable ruptura entre el nuevo jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, y su antecesor, el candidato presidencial perdedor, Andrés Manuel López Obrador, hoy en obsesiva campaña permanente por conquistar (por cualquier vía) el poder que le negaron las urnas el pasado 2 de julio.
La línea más recta en la ruta de colisión entre ellos es la marcada por las irrefrenables ambiciones de poder de los dos.
Ayer aparecieron en la prensa los primeros mensajes marcando el golpe bajo que supondría el inicio —a contracorriente de la campaña de AMLO— de la campaña presidencial de Ebrard, el mismo día de su toma de posesión del gobierno de la capital de la República.
Excélsior registró ayer, en efecto, que integrantes de la corriente interna del PRD Nueva Izquierda, reunidos en el Senado, acusaron al jefe del GDF de haber formado un “Comité de Campaña” y no un equipo de gobierno. Y, tras declinar un puesto de paja que le daba Ebrard, en ausencia de un reparto adecuado a la fuerza de cada tribu perredista, en entrevista con Reforma, Jesús Zambrano, de la misma corriente interna, manifestó su desacuerdo con el nombramiento de Martí Batres como secretario de Desarrollo Social, por considerar que eso equipara al PRD del DF, bajo control del jefe de Gobierno, con un “Partido de Estado”
Zambrano parecía referirse a una estrategia más abierta, descarada, de confusión de partido y gobierno. En ella, Batres transita ahora de dirigir el partido en el DF durante la campaña de Ebrard, a dirigir la asignación de recursos del gobierno de Ebrard a las clientelas de su partido, en pago por las movilizaciones callejeras y electorales del pasado y para activar las del futuro.
En sociedades como las latinoamericanas, como acaba de repetirse en el esquema de las misiones de Hugo Chávez en Venezuela, el poder movilizador de los recursos del Estado le da a su cabeza una ventaja incontrastable en el manejo del partido y de sus bases electorales. Y en el caso del DF, esa ventaja la ejerce ahora Ebrard incluso frente a quien le heredó esa avasalladora fortaleza clientelar.
En otras palabras, AMLO, autoerigido en candidato vitalicio —en campaña permanente desde su también autoproclamada “Presidencia legítima” para sustituir al presidente constitucional— aparecería cada vez más en medio de un territorio ajeno en el que estaría a punto de ser arrollado por la poderosa plataforma que él detentó, pero que ahora está siendo conducida por su delfín.
Ebrard le estaría haciendo así a AMLO, exactamente lo que AMLO le hizo a Cuauhtémoc Cárdenas a lo largo del sexenio pasado.
Lo de Fondo
De ahí esta crónica de una colisión anunciada entre el autoconstituido candidato presidencial vitalicio de su partido (AMLO) y quien considera llegado su turno para imponer su propia candidatura a su partido y su propio poder presidencial a la República (Ebrard) a partir de la poderosa fortaleza clientelar del Gobierno del DF, ahora bajo su control.
En la guerra de las tribus perredistas por los enclaves de poder de la capital, escribió Carlos Marín en Milenio ayer, el todavía “jefe de todos, Andrés Manuel López Obrador, apoya con todo al fogueado Ebrard, pero será entre éstos dos la última batalla”.
Por lo pronto, como tributo a ese jefe declinante del partido de Estado defeño, el jefe ascendente —conforme al más fiel canon estatista— borró de la historia de esa maquinaria de poder a la gobernante aniquilada durante la amarga purga del periodo anterior, Rosario Robles.
Pero eso no evitará las siguientes escaramuzas y batallas. La próxima: la que empieza a gestarse por la iracundia de AMLO y sus más próximos secuaces ante el gradual pero inexorable acercamiento entre los dos gobiernos constitucionales electos en la misma jornada electoral del 2 de julio: el de la capital, y el de la República, contra la orden del propio AMLO a sus huestes de “desconocer” al de la República.
Luego se harán más ruidosos los desprendimientos de una campaña a otra: de la de AMLO a la de Ebrard. Y ya la malicia de la crónica de Germán Dehesa en, Reforma sobre la coronación del nuevo jefe del GDF, registraba ayer que “Ebrard abandonó el espacio de Donceles acompañado muy significativamente por Manuel Camacho”.
Pero lo de fondo, a analizar con urgencia, es que —junto al anacronismo de la organización del poder y de la cultura política perredista en el DF, al más antiguo modo priista— gravita la anormalidad nacional de un centralismo todavía aplastante que hoy impone un peligroso desequilibrio de poder y graves distorsiones a la competencia política, a favor de los gobernantes de la capital y en detrimento de los demás poderes y órdenes de gobierno de la Federación.
jose.carreno@uia.mx
La oportunidad de Marcelo
Razones
Por: Jorge Fernández Menéndez
Hoy Marcelo Ebrard asumirá el Gobierno del Distrito Federal, una oportunidad única para un hombre joven pero que lleva 25 años en la política activa. Nadie puede saber con seguridad cómo se presentará hoy Ebrard a sí mismo, pero tampoco nadie que conozca su trayectoria puede encasillar al secretario de Gobierno del DF con Manuel Camacho y luego secretario de Seguridad Pública y de Desarrollo Social con López Obrador, de ser un perredista de convicciones.
Discursos aparte, Ebrard siempre estuvo más cerca del llamado liberalismo social que de las posiciones de izquierda, más aún de las enarboladas por los sectores duros del perredismo que, paradójicamente y ante su propia imposibilidad de presentar un candidato propio, terminaron convirtiéndose en uno de los principales respaldos del propio Ebrard, en una alianza que, si no se ha roto, está ya muy deteriorada.
Marcelo ha sido el único de los gobernantes perredistas que ha mantenido un respaldo acrítico a López Obrador, por lo menos hasta el día de hoy. Son tantas las posiciones de poder que ha dejado incrustadas el tabasqueño en la futura administración capitalina, que será difícil pensar que Ebrard podrá deslindarse rápidamente de su antecesor, sobre todo porque su base social en el perredismo es débil. Pero sin ese deslinde, Ebrard no podrá gobernar, más aún porque, si bien López Obrador sigue siendo un político popular en muchos sectores capitalinos, el hecho es que esa aceptación se ha ido derrumbando desde el 2 de julio y sobre todo luego del plantón con el que el ex candidato agredió a la ciudadanía de la capital del país.
Al mismo tiempo, comenzaron a hacerse evidentes muchas de las carencias de la administración capitalina: ausencia de transparencia en el manejo de recursos; obras públicas que a casi dos años de ser “inauguradas” siguen sin terminar y de las que no sabemos ni su costo real ni siquiera el estudio de riesgos de las mismas; un deterioro evidente en la calidad de vida y la competitividad de la urbe; una inseguridad que sigue siendo casi crónica y una política clientelar que sirve para sumar votos pero contribuye a hundir a la capital en la ingobernabilidad. Todo ello en un contexto en el que el nuevo gobierno federal no piensa actuar con las dudas y las incertidumbres de sus antecesores.
Ayer decíamos que la crisis había actuado como una oportunidad para el presidente Calderón. Si no se equivoca, puede funcionar de la misma manera para Ebrard: la administración capitalina y el perredismo están en crisis y vienen de sufrir una derrota política que ha sido más costosa y dolorosa que la padecida en las urnas el pasado 2 de julio. Ebrard tiene la opción de comprar la crisis y la derrota, haciéndolas suyas, o de mirar hacia el futuro tratando de atesorar el capital político que aún le queda al perredismo en la capital del país y evitar con una política sensata seguir dilapidándolo como hasta ahora. Marcelo tendrá, si opta por lo segundo, que desarrollar una política progresista, muy diferente del populismo restaurador del que hizo gala López Obrador y continuó Alejandro Encinas (una de las mayores decepciones de la izquierda mexicana) y que será más complejo de implementar pero puede darle algunas ventajas frente a capítulos más conservadores, en la gestión pública, del equipo del presidente Calderón.
Transparencia en la gestión pública; claridad en el manejo de recursos; políticas públicas realmente populares y no de ornato; apego a la ley y al derecho; seguridad para todos y no sólo para los suyos; progresismo social y cultural; tolerancia y diálogo, son los elementos que podrán diferenciar a Ebrard y fortalecerlo en el gobierno capitalino. Hasta hoy la opacidad ha sido notoria en la gestión en la urbe y por ende no hay claridad sobre el manejo de los recursos (y ambos elementos se pusieron de manifiesto con la nueva derrota del GDF, ahora ante la Suprema Corte, con respecto a la integración de María Elena Pérez Jaén al Consejo de Transparencia o en el absurdo rechazo de un gobierno, que se dice progresista, ante todas y cada una de las recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal que encabeza Emilio Álvarez Icaza). Las políticas públicas no son realmente populares sino populistas: es inconcebible que se hayan gastado miles de millones en obras viales (algunas necesarias, otras, irrelevantes) y no se haya construido un solo kilómetro de Metro en seis años; que aún haya cientos de miles de familias sin agua potable en la ciudad o que se aplique una pensión “universal” a las personas de la tercera edad, pero los servicios de salud capitalinos sean un desastre. Que se pontifique en contra de la corrupción cuando ninguna de las obras importantes de todo un sexenio se licitó y casi todas se otorgaron a un pequeño grupo de empresas cercanas al Gobierno del DF. Que el narcomenudeo se haya enseñoreado en la ciudad (lo cual podría explicarse, en parte, por las revelaciones sobre las relaciones del ex subsecretario Gabriel Regino con esos grupos, que ya se habían puesto de manifiesto desde los hechos de Tláhuac, responsabilidad directa de Regino, que casi le cuestan la candidatura, y la libertad, a Ebrard). Que al progresismo se le intente indentificar con personajes impresentables como René Bejarano y los suyos, sinónimos de corrupción, que nunca fueron siquiera condenados verbalmente por el lopezobradorismo.
Siempre he pensado que Ebrard era el político más talentoso de todo el grupo que acompañó, para mal o para bien, primero a Manuel Camacho, luego a López Obrador. Por primera vez en su carrera, hoy Marcelo Ebrard estará en condiciones de demostrarlo sin tener que depender de nadie. Falta por saber si estará decidido a hacerlo.